170 LA VIOLETA. terio, ha venido desde su místico verjel, desde su Imavus, al carmen agostado del bardo de "La Gloria.” Cuando pude admirar más de cerca á la hermosa visitante, me creí en uno de esos estados inexplicables en que nuestro espíritu recibe una impresión inesperada, súbita, que nos i embarga y que no sabemos si la rea- ¡ lidad está frente de nosotros ó si somos, ciertamente, la víctima de un sueílo. ¿Como es posible, me decía, que desciendan los ángeles celestes hasta la cabana terrenal de la prosa? Las alas blancas, purísimas de la ilusión, ese engendro del alma, se pliegan cuando tocan la realidad horrible; parece que se manchan cuando tocan lo terrenal del mundo; estas creasipnes ideales semejan una de esas mariposas de la primavera que llevan en su vestido aereo los colores del iris, y que dejan todo el | esplendor de sus alas cuando los dedos del anhelo nifio tienen la audacia j de tocarlas. Y en efecto; la nube del incienso siempre brota del fuego, pero deja i las cenizas abajo y sube álas alturas; la esencia contenida cuando encuentra el espacio que necesita como medio, deja el vaso material que la contuvo y busca su complemente etéreo. Por eso yo no creía en la existencia de la vision hermosa; pero la verdad palpitante, inflexible, me dijo: no vaciles, es cierto, es la púdica reina ncolonesa la que ha venida á visitar te en el recinto de tu aduar humilde. Y en realidad fué ella, La Violeta, ¡a forma de un ensueño que, sin du da, dió origen á su vida' al chocarse dos labios en los castos anhelos de una virgen; y pensé en las estrellas que cintilan y que envían sus miradas á Ja .tierra para darnos una idea de lo.que hay cu el cielo. Fué La Violeta, yo la vi; estaba recien cortada de su tallo; todavía estaba húmeda; aún temblaban las per las de los cielos en sus hojas azules; aún estaban prendidos de sus estambres los silfos misteriosos: yo aspire su perfume purísimo y observé que en el broche entreabierto existía el festival de los delirios, el dulce epitalamio de los besos. Sin duda nació esta violeta, este emblema de la inocencia y el candor, en los castos nupciales de las almas, cuando el risueñor de las selvas le enviaba sus endechas á un ce laje, ó cuando algún querub estaba enamorado de una estrella. Yo creo que La Violeta siempre será el ideal de las almas sensibles; cuando aspiré su esencia y sus hojas azules se encontraban tan cerca de mis labios, yo vi que sobre el cáliz palpitaban un beso y un suspiro; sin duda fué la ofrenda que dejaron en el broche entreabierto los ángeles más bellos: él ángel de la guarda y el ángel del amor. Yo he adrado las violetas desde niño; del primer bouqueteito de estas llores hice una ofrenda mística: significaba la beatitud del inocente; del segundo, hice la ofrenda del amor: significaba el primer desengaño del hombre. Por eso"ahora, á la presencia de la hermosa visitante, quité de mi vista otras flores que tenía junto á mí: era un bouquet de lirios, un ramillete de azucenas tuberosas y dos ó tres camelias. ¡Oh brisa!, tú, la dulce mensajera de los c¡preses y los sauces llorones, la que sabes las secretas confidencias, la que llevas las quejas de las almas ausentes, la que haces el nupcial de la luz y el perfume, vuela, y di á la púdica reina ncolonesa que si en la tierra del bardo de "La Gloria” cree tener un esclavo, le mande solamente ún recuerdo la primera noche que sueñe con los ángeles. Un Cardo. J^a jfu'uentud.