En el elegante Retiro de Trouville, donde -a-tea se congregaban las aristocracias europeas, hoy lloran las viudas y reposan tristemente los heridos. LAS SEÑORAS BELICOSAS. a Los síntomas son fatales. El feminismo viene, tomando más vuelos que un aeroplano, y todas las reíe rencias son que antes de nada las mu jeres habran conquistado los prime ros puestos a fnerza de puños y, co uto es natural, de piñetazos. Por !o pronto, miles de inglesas han pasado a Francia para prestai servicios auxiliares en. el ejército que se bate, y centenares de franceses van a emprender lo que ellas llaman 'nueva Cruzada" para ir por ios países neutros reclutando adeptos a la causa de los aliados. Hasta ahora, en la actual contienda, sé o habrán intervenido hombres: pero ¿qué va a suceder si se mezcla el elemento femenino? —A ver, Tomasa, ¿es que no tengo un solo cuello planchado? .—No, señor. La planchadora ha. dicho que, dados sus sentimientos germanófilos, ella no puede planchar para usted que 1 eva un retrato de Joffré en su cartera. —¿Y qué tiene que ver el avance de las trincheras del Yser para que yo tenga que ir ahora con un pañuelo de seda al cuello como si fuese un cantador flamenco? —No Jo sé. ¡Pero ahi verá usted! Esta actitud, resueltamente guerrera que parte del bello sexo, va a. traer más disgustos que e! no pagar el impuesto del inquilinato. ¡Y cuidado que ya había señoras que muerdn a la cosa más mínima! Una estanquera había en la calle del Aguila que bastaba que se le pidiera un paquete de picadura suave con acento andaluz, para que lo tomara a ofensa personal. —¿Con que picadura zuavo? ¿Y si ho me da la rea! gana? —¡Señora! —¡Qué calabacines! Usted es andaluz y. por tanto, un trapalón que no tiene derecho ni a fumar picado. —Si lo dice usted por mi acento, le advierto a usted que soy de la provincia de Zamora, y si ceceo es a consecuencia de una mo'adura —Eso lo dirá usted por despistar. ¡A ver la parida de bautismo! i Como nadie l'eva semeiante documento en el bolsil p. lo más práctico era decirle dos majaderas sueltas a la estanquera y marcharse, lo que daba lucrar a que ella saliera hasta la puerta de la cale eritando:—¿No lo dije? ~ Andaluz. ¡Pero a mi no me la da nadie! Luego resultaba que este odio a los nacidos de Despeñaperros para abajo nacía de que allí, en su juventud. un flauta que era de Cádiz arrebató el corazón de lá^estanquera dejándola en ’a desesperación y sin dos paquetes de puros escogidos que se llevó con el pretexto de que eran para convencer a . un t:o spyo de que otorgase el consentimiento para contraer matrimonio. Señoras irascibles las há habido siempre, sin necesidad de que §e declarase la guerra: pero ahora, por lo visto, la cosa va mucho más seria, a juzgar por la actitud tomada principalmente por las ing'esas. Si esto se hace costumbre y se ge-neraliza, ¿qué va a ser. de nosotros? A lo mejor, acudirá un candidato a las elecciones provinciales a un mitin y se encor-trará eo" "ue se .levanta a,a ponerle como hoja de perejil s propia pationa —Pero, ¡D. Romualdo! —Sí, señores, sí; he venido para protestar contra lo. que ha dicho ese calabaza que acaba de hablar. —¡Fuera! —¡Que se ca'le! —¡Dejadla! ¡Bravo! Y aquel energúmeno con faldas se guirá dicendo improperios —¿Cómo queréis que sepa administrar los interess de la provincia un hombre que se retira a -su cesa de una a dos de la madrugada, después de haber tomado una copa con el sereno? ¿Qué fe os inspira un ciudadano que quiso ahogar a la lavandera con el pretexto de que le había perdido un calcetín bordado? Ante semejantes acusaciones, el aspirante a di?utado provincial sa'taria del escenario y precipitaría sobre la expatrona con intención de estrellarla y surgirá el consiguiente escándalo y el feminismo habrá dado un paso más por el camino de la violencia. El sexo befo, dulce, tranquillo y apacible, dispuesto está''a espirar en la contienda para amargarnos la vida. , ¡Señor, Señor! Haz que las cosas A. -recobren su verdadero aspecto; porque si no, antes de nada, el munOe es un inmenso cementerio. Con un guarda que, élaro está, seria una señora de estas que vienen ahora pegando. ¡Qué porvenir! A. R. BONNAT,