madre de Esteban el Grande, (Cuentos de la Reina de Rumania) En la Moldavia septentrional, entre Piatra y Folticeni, se ven sobre una montaña próxima a la ribera, las ruinas de una antigua plaza fuerte, llamada Niamtz, de la cual queda ¡ay! bien poca cosa. La aldea que se extiende al pie de la eminencia ha sido construida, casi por completo, con piedras de la antigua fortaleza. Esta plapza tenia, en otros tiempos, un gran renombre y pasaba por inexpugnable cuando servía de residencia a Esteban, el poderoso príncipe de Moldavia. Esteban libró cincuenta bata las y de casi ninguna de ellas volvió sin una herida. Después de cada victoria hacia edificar una iglesia para demostrar a! Cielo su reconocimiento. Defensor infatigable de su país, había concebido planes grandiosos para hacer de el una potencia vasta y temida. Recientemente se^-ha des------- cubierto en íos archivos de Venecia el texto de un tratado de alianza ofensiva y defensiva concluido por él con la tpdo-poderosa República contra los turcos. Era el verdadero baluarte de la cristiandad, baluarte a través del cual trataban los turcos, sin cesar, de abrirse camino, si no podían abatirlo. En esa época era una bien difícil tarea la de reinar sobre la región del Bajo Danubio, porque se tenía por vecinos a los turcos, los polacos, los húngaros, los cosacos, los tártaros' que no dejaban reposo de día ni de noche; pero Esteban parecía haber crecido hasta la altura de Su misión e inspiraba a su pueblo una confianza sin límites. Cierto día se había trabado un nuevo y encarnizado combate y se podían seguir sus peripecias desde las almenas de la fortaleza. I)espués de algún tiempo, la pelea empezó a tomar un aspecto desalentador y se hubiera dicho que, por esa vez, la fortuna de las batallas se disponía a abandonar a Este ban. En la muraba se veía a dos mujeres; la una era la madre de Esteban, la otra su esposa. La joven princesa dejaba rodar sus lágrimas por sus me- jillas rosadas, sobre ¡as cuales caía su espesa cabellera de un rubio dorado Ya contemplaba con mirada fija la llanura ya, en su angustia y su espanto, ocvltaba su rostro bajo un ve o para no ver nadae. No sucedía lo misino con su madre, que se mantenía altivamente de pie cerca de la joven, y miraba a la distancia sin hacer un movimiento, sin decir una palabra. Bajo sus negras cejas, enérgicamente contraídas, relampagueaban sus grandes ojos obscuros, que, con su nariz fuertemente pronunciada, daban a su fisonomía algo de la del águila. Un velo de fino tejido de seda cubría su cabellera negra, de reflejos azulados, encuadraba su rostro y venía a anudarse, bajo el mentón saliente y firme, sobre el cual se dibujaban sus labios ásperamente apretados. Su boca era más bien grande que pequeña; cuando se abría dejaba ver dos hileras de dien-4es de una blancura brillante, que-contribuían a la expresión enérgica de la figura. Vestida con ricas telas de seda, se había mantenido allí todo el día sin comer ni beber, con los ojos fijos siempre en el mismo punto. De tiempo en tiempo, apowiba su hermosa mano sobre el hombro de su nuera y le decía a’gunas palabras para infundirle valor y fortaleza. Su voz, alta y llena, devolvía por instantes la tranquilidad a la joven, sumida en amsedades mortales. Pero hubo un momento en que el aspecto del campo de batalla se hizo tan inquietante que'la angustia se sobrepuso. Los combatientes se aproximaban cada vez más y en breve pudo verse que Esteban se hal aba reducido a la defensiva. —¡Oh, madre mía, van a matármelo! —Esteban obtendrá la victoria antes de terminar el día. La seguridad y la gravedad con que fueron pronunciadas estas palabras, contuvieron las lágrimas de la joven. Y entretanto el ruido del combate se hacía más distinto y la noche se acercaba. / El sol que había sido ardiente, parecía precipitarse ya hacia el horizonte y las sombras se alargaban sobre 1^ llanura. El crepúsculo se extendió y envolvió todas las casas, tanto que ya no pudo distinguirse nada. Después, la obscuridad se hizo completa. Las dos mujeres aplicaban el oído, cuidando no hacer movimiento alguno, por miedo de que el rope de los vestidos les robara el menor de los ruidos lejan^í-