Enero REVISTA EVANGELICA 19 ¿La Hoz, El As o La Cruz? ¿COMUNISMO, FASCISMO O CRISTIANISMO? Por J. M. Sabanes. I. COMUNISMO. Al mencionar al comunismo, no nos referimos, por cierto, al pensamiento de Licurgo o de Platón, ni al sincero experimento de la iglesia apostólica, ni a ninguna de las formas expresadas por el espíritu cooperativista en el desarrollar de la historia, sino al comunismo maxi-malista o bolchevique, que busca la entronización de las ideas de Marx—algunas de ellas muy buenas—mediante la dictadura del proletariado. El comunismo en tal forma 1. Es antireligioso, ateo. Decir que se es comunista, maximalis-ta y a la vez cristiano, es blasfemia. 2. Se basa en un concepto materialista de la historia. 3. Atenta contra la libertad, contra el derecho y contra la democracia. 4. Acude a la violencia y a la destrucción. 5. Es sinuoso y especulador. Simula y disimula. Adopta actitudes contrarias a su espíritu aguardando el momento propicio para mostrarse en su cruda realidad y obtener los fines que se propone. 6. Busca imponerse en forma exclusiva y terminante como única panacea. 7. Brega por el cambio de sis temas sin previa preparación de espíritu. 8. Conduce a la exaltación y al odio; no educa, no capacita para un propio desarrollar en la vida. 9. Desfigura, y por lo tanto impide su progreso, a la causa de bien entendida liberación social. II. FASCISMO. En diversos aspectos adolece de los mismos males que el comunismo, además de los que le son exclusivos: 1. Es la piel de cordero bajo la cual se oculta el alma de lobo del capitalismo, sjendo por tanto un sistema de irritantes privilegios y de despojo. 2. Atenta contra la libertad, contra el derecho y contra le democracia. 3. Acude a la violencia y a la destrucción. 4. Pacta y adula al Vaticano cuando en realidad le teme y le odia. Pretende aparecer como religioso cuando es la negación terminante de la verdadera conciencia religiosa. Un cristiano fascista, sería un sangriento sarcasmo. 5. Endiosa al Estado y anula la personalidad humana a la cual le brinda efímeras mejoras pero exigiendo la claudicación de la conciencia. Copiado de “El Estandarte Evangélico," de Buenos Aíres, Arg., 8. A.