704 REVISTA CATOLICA 19 de Octubre, 1924. ra y la teología cristianas, algo de la literatura y las ciencias paganas, la arquitectura, la escultura, la pintura, las artes y las industrias que sirven al culto, las muy preciadas que proporcionan al hombre pan, vestido y albergue, y sobre todo, la mejor de todas las adquisiciones humanas y la más contraria al genio vagabundo del bárbaro, saqueador y perezoso, es decir el hábito y el gusto del trabajo. Ayudado de sus compañeros, desmonta y construye; domestica animales medio salvajes, establece una granja, un molino, una fragua, un horno y talleres de calzado y traje--- Recoge los miserables, los alimenta, los o- cupa, los casa; mendigos, vagabundos, campesinos fugitivos afluyen en torno del santuario. Poco a poco el campamento se convierte en una aldea, después en un pueblo. De este modo se forman los nuevos centros de agricultura y de industrias, que se convierten también en nuevos centros de población. A la vez esos hombres consuelan a sus hermanos; la bondad, la piedad y el perdón manan de sus labios en suavidades inefables. En tú intervalo de más de doce siglos, el Clero nutrió así a los hombres, y por la grandeza de la recompensa de aquél, se puede estimar la profunda gratitud de éstos___” Tan bella y sincera y veraz y justa apología, nació en instante propicio, de la probidad intelectual de Hopólito Taine,y es por lo mismo, para todos nosotros, de un valor inestimable. Ese cuadro, magistralmente trazado por el crítico francés que pone ante nuestros ojos los métodos seguidos para la conquista primitiva de los gentiles, efectuada por los primeros discípulos del Salvador, y renovada en su posterior aplicación, durante el período medioeval, sirve como áureo anillo que eslabona el esfuerzo misional de la Iglesia Católica ante los bárbaros sucesores del Imperio Romano, con la labor evangélica posterior llevada a término por los continuadores de los misioneros primitivos, en las soledades del Nuevo Mundo y en regiones desconocidas del antiguo que sus descubridores han ido entregando a las disputas de los hombres. En las líneas generales de evangelización se advierten los mismos rasgos primitivos, característicos y fundamentales. La misma verdad que enseñar a los hombres, confirmada por el ejemplo, y, como corolarios de ella, la esperanza, la virtud, la liberación y el progreso. Con el descubrimiento del Nuevo Mundo, comienza la labor misional y se muestra asociada la Iglesia a toda hazaña de gloria o de peligro, Junto a Colón pisa ella la isla afortunada. Entra al lado de Vasco Núñez en las aguas del Grande Océano. Navega junto a Cortés por los canales mexicanos. Parte con Pizarro las glorias y el peligro, en la descomunal aventura de Cajamarca. Trota al lado de don Sebastián de Benalcázar, en su fatigosa odisea de ochocientas leguas, y se arrasan en lágrimas sus ojos al mirar por vez primera la perenne hermosura de vuestra Sabana, junto al adelantado Jiménez de Quesada. El franciscano Juan de Quevedo, primer Obispo de Santa María del Darién, trajo a los primitivos misoneros; acompañó al Licenciado de Gra- nada desde los comienzos de esta conquista, y cábele a él la gloria, en asocio del admirable Padre Las Casas, de haber doblado la voluntad del Emperador Carlos V, que los recibió en Barcelona, a una política blanda y considerada para los indígenas, la que marcando en lo sucesivo orientación definitiva, llena de pragmáticas suaves, providentes y doctas los graves infolios del co-mentador Solorzano. En aquella época el misionero, al igual de sus predecesores medioevales, interpone el protector escudo de la caridad, entre 'el conquistador y el conquistado; reclama aun a costa de su tranquilidad y no pocas veces de la propia vida, los derechos de éste; tómalo bajo su protección; pelea su causa ante los Gobernadores, Presidentes Oidores, Virreyes, ante la corte misma, y dilata su obra evangélica, por todos los órdenes de la administración, de un extremo a otro del vasto te- Z rritorio conquistado. Dominicanos, franciscanos . y agustinos 'echan los fundamentos de nuestra nacionalidad, precediendo o siguiendo la obra de los conquistadores. No existe sitio colombiano que no haya recibido las huellas de su paso; río que no haya sido por ellos surcado, ni bosque alguno que no les haya dado abrigo. Diseminados en pequeños grupos dirigidos hacia los cuatro puntos cardinales, cada uno de esos lugares conserva la tradición, cuando menos de su caridad de su abnegación, de su gloria y, como en el soneto de Desbarreaux, podemos preguntar a qué., sitio del suelo patrio puede bajar airado el rayo de la incomprensión o el sectarismo, que no esté protegido y defendido por la sangre de algún misionero.— (Se coutinuaráz) S A N T O E V A N G E L I O DOMINGO XIX DESPUES DE PENTECOSTES S. Mateo, XXII, 1-14.—En aquel tiempo: Jesús hablando en parabolas, dijo a los príncipes de los sacerdotes y_ a los fariseos: Semejante es el reino de los cielos a un rey, que, queriendo celebrar las bodas de su hijo, envió a sus criados a llamar a los convidados, los cuales rehusaron venir. Envió lugeo otros criados con esta orden para los convidados: He preparado ya el convite, he. hecho matar los terneros y las aves: todo está, a punto, venid a las bodas. Mas ellos no hicieron caso, y se fueron uno a su granja, otro a sus negocios, y otros cogieron a los criados de.l rey, \, después de ultrajarlos, los mataron. Con esta noticia enojado el rey, envió sus tropas, exterminó a aquellos Xt homicidas, y quemó sus viviendas. / Luego dijo a los criados: El convite, está dispuesto, pelo los que habían sido invitados no eran dignos de asistir a él. Id, pues, a las plazas públicas, y llamad al concite a todos los que halléis. Y los criados salieron por las calles, reunieron a los que encontraron, buenos y malos, y la sala del convite, se llenó por completo. El rey, habiendo entrado para ver a los que estaban sentados a la mesa, vio a uno que no llevaba puesto el vestido nupcial, y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí no teniendo puesta la vestidura nupcial? Y aquel hombre no contesto una palabra. Entonces el rey dijo a los criados: Atadlo de pies y manos, y echadlo fuera a las tinieblas, donde habré llanto y crugir de dientes: porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.