Un regimiento formado por altos intelectuales de Alemania, listo para entrar en combate. Napfllrótt Pit la Ma he Elba Eunrartótt he la ®rageiita Días atrás—y quizás por un error disculpable, dada la precipitación con que se escribe en los periódicos cotidianos—un diario hacia votos porque el actor de la actual y cada día más maldita guerra, acabase como Napoleón en Elba, cual si esta confinación fuese c! episodio más cruel de la vida de aquella genial calamidad, y hasta pedia que se le alojase en la Villa de San Martino, que albergó al famoso Bonaparte. No sé si por parecerme poco castigo la isla de Elba o por defender la verdad, sentime con ganas de destruir el lapsus—que lapsus debió ser,—lapsus que no es nuevo, pues hace unos cuatro años que un activo corresponsal del “New York Herald," cometía "una pequeña plancha al telegrafiar la venta de la vi la de San Martino en Porto Ferrajo, como recuerdo histórico del. primer Bonaparte. Ninguna casa de las que habitó en la isla puede ser considerada como tal recuerdo histórico. Asi lo afirma M Gruyer—los chis tosos con más mala sombra que cultura pueden ahora pegar del vocable —su célebre , obra Napo'eon roi de Filie d’Elba, y demuestra que en ésta quedan muy pocos recuerdos de aquel Emperador. Bien recibido por los isleños, Napoleón fué alojado en un nrincipio en la Casa de la Ciudad, alhajada con muebles prestados por unos y por otros: pero encontrándose muy poco a gusto, por lo nada confortable de las habitaciones y por los malos olores que venían de la calle, hizo derribar unos molinos de viento que ha bia en la altura que domina a Porto Ferrajo, y se hizo construir un mal llamado palacio, al que loa habitantes Mulini, les los Molinos. las dieron el nombre de i Moulins, o en castellano, ______________ Tal prisa tenía por mudarse de morada que. sin aguardar a qt e se acabasen las obras de ¡a nueva, cambio de a ojamiento. Pero a pesar de que el panorama que desde la terraza se veía era maravilloso. el calor del palacio le obii-, gó a construir una nueva casa, la villa San Martino, su Cloud, a cuatro kilómetros de Porto Ferrajo. en un sitio más alegre y dominando un fresco valle, y a lo lejos, la rada y la ciudad. Era una casa de campo, de blancas paredes y de un sólo piso. Lo más curioso de ella era la Sala de Pirámides, sobre cuya chimenea se leía esta inscripción: "Ubicunque felice Napoleón." (Napoleón es feliz en todas partes.) A ella se hubiese podido añadir lo que en las charadas de calendario se suele poner: "La solución, mañana," o ya te lo dirán de misas. Lo único que queda hoy es la bañera de Napoleón. Es de piedra y frente a ella hay pintada por la humedad y bastante desvanecida, como todas las verdades que datan de muy atrás. Los Molinos y San Martino costaron alrededor de 110.000 francos, tidad por la cual puede verse que teman poco de palacios. Como San Martina lutbia sido ficado en busca de frescura y. el calor seguía siendo asfixiante como en los Molinos, Napoleón se acordó de una ermita que había visto al Oeste de la isla, en el monte Giove, cerca de Marciana Alta, y allí hizo levantar tres tiendas: una para si y dos para can- edi- su séquito. Desde aquí velan la Córcega— Toda la estancia de Napoleón en esta isla es una serie de anécdotas tristes por lo ridiculo que aparecía el abatido corso. I aas veces eran las gentes que faltaban al respeto a Bonaparte, el cual los escuchaba en silencio frunciendo las| cejas o gritando con altanería que no podia dejar de ser ridicula: ¡Yo soy siempre él Emperador!______ Otras veces eran ingleses ipie acudían a la isla de Elba para ver al Gran Napoleón y que se volvían desilusionados después de haber visto a un hombrecillo regordete que tomaba rapé con tal desaliño que se le quedaban enmascaradas las narices y manchado el vestido--- Otras eran batallas por el dinero, como después hubo de sostenerlas en Santa Elena. Se .le debía dar tres millones por año y no se le daba ninguno. Lo de más valor que perdura en la isla «on los libros de la biblioteca de Napoleón conservados en la Casa Ayuntamiento: libros sobre el arte de la guerra, y de Montaigne, la Fontaine; el Quijote, de Cervantes; Voltaire; Le Cabinet des Fées en cuarenta volúmenes, con los Cuentos de las mil y una noches. La isla de Elba es solamente un paréntesis entre la Córcega v la Ita lia. entre Fontainebleau y Waterloo. No es como •ha dicho un biógrafo de Napoleón, ni la gloria de las batallas ni el prestigio del martirio. La Historia sólo concede a esta soberanía efímera la gracia de una sonrisa entre irónica e indulgente. E. GONZALEZ FIOL, llí