8 LA INVOCACION DE ÍX>S SANTOS món después de concluido el templo: “Y mis ojos estarán abiertos, y atentos mis oídos a la oración del que me invocare en este lugar.” (II Paralip VII, 5)k Si las sú^icás de los que rogaban en la. Jerusalén terrestre eran tan eficaces, ¿qué podrá rehusar Dios a los que le imploran cara á cara en la celeste Jerusalén? 3. Pero, preguntará alguno: ¿Los Santos en el Cielo, están tan interesados en nuestro bienestar que nos* tomen en cuenta en sus oraciones? ¿O, están tan absortos en la contemplación de Dios, y en el goce de la felicidad celestial, que se olviden del todo de sus amigos de la tierra? Lejos de nosotros la idea de que los Santos que reinan con Dios nos olviden. En el Cielo la caridad ..'éé triunfante. Y ¿cómo pueden los Santos tener caridad y" olvidarse de sus hermanos en la tierra? Su mayor deseo es el de vernos ocupar algún día los sitios que nos aguardan en el cielo. Y si fuesen capaces de experimentar pena, se colmaría su dolor al considerar que no seguimos siempre sús huellas en la tierra, para hacernos acreedores a ser contados entre los escogidos como ellos. El Pueblo Hebreo creía, como nosotros, que los Santos se ocupan en rogar por nosotros. Leemos en el libro de los Macabeos, que Judas Macabeo, la noche antes de empeñar la batalla con el ejército del impío Nicanor, tuvo un sueño o una visión sobrenatural en la que vió a Onías, el Sumo Sacerdote, y al profeta Jeremías, los cuales hacía ya mucho tiempo que habían muerto. Onías se le apareció con las manos levantadas rogando por el pueblo de Dios; y señalando a Jeremías, dijo a Judas Macabeo : “Este es el verdadero amante de sus hermanos y dél pueblo de Israel; este es Jeremías, profeta de Dios, que ruega incesantemente por el pueblo y por toda la ciudad santa.” (II Macab. XV, 14). Entonces Jeremías, como se relata én la secuela de la visión, entregó a Judas una es-pada de oro, diciéndole que con ella vencería á los enemigos de Israel. Animado el ejército con la relación de -Judas peleó con invencible valor y derrotó al enemigo. Aunque el libro de los Macabeos no es admitido entre lo» inspirados por nuestros hermanos disidentes, debe al menos merecerles fe como recuerdo histórico. Se deducé, pues, de esta narración que los Hebreos creían que los santos del cíele rogaban por sus hermanos de la tierra. San Juan, en el Apocalipsis, representa a los Santos ante el trono de Dios orando por sus hermanos de, hit.