tica adaptada a las necesidades peculiares del pueblo de México, especialmente en lo que se refiere a las facultades del Gobierno. Uno que otro punto de la Constitución muestra que se haya hecho un estudio del pueblo para cuyo uso se destinaba; pero en conjunto, parece un trabajo meramente aca-. démico a quienquiera que sepa cuál es realmente la forma democrática de Gobierno. La historia de más de medio siglo lo comprueba. No trato de decir que los legisladores de aquellos lejanos días debían de haber forjado un instrumento capaz de remediar todos los males de una nación acabada de surgir, carente de instrucción cívica, pobre, esparcida sobre una inmensa extensión de territorio formado por regiones aisladas y escasamente poblado por dos razas enteramente ajenas la una a la otra, para las que la mayor dificultad es la de llegar al grado necesario de unión que forme un conjunto homogéneo. Pero, aun concediendo esto, debo insistir eñ que debieron haberse hecho leyes adaptadas a esta manera especial de ser. El progreso moral es una transformación que cambia gradualmente. Una ley que no reconoce esta verdad, es vana. Es más fácil ser ignorante y tener desdén que ser justo, y como lo primero no requiere gran estudio, la opinión pública arrojó la resposabilidad de todos los males sobre el gobierno y sobre los gobiernos anteriores, acusándoles de no cumplir las leyes. Y nunca se preocupó de investigar si era posible que esos gobiernos cumplieran la ley al pie de la letra ni si el pueblo que pensaba estaba en posibilidad de tomar parte en las labores del gobierno. Cuando Juárez volvió a la capital de la República en 1867, después de haber vencido totalmente a los conservadores, derrocado un imperio y destruido para siempre la idea monárquica en México, la Constitución era un ídolo porque había sido la bandera durante toda la lucha. Pero la Constitución no ha sido desde entonces, aplicada totalmente. Más tarde, los mexicanos llegaron a advertir que sus errores eran relativamente pocos, pero se referían a puntos vitales y causaron una confusión general en todo el sistema. Y a pesar de todo, los que por ignorancia o por mala fe han levantado la Constitución como un pendón de guerra afirman que es un documento lleno de sabiduría. La consideran como una víctima, cuando, en verdad, es quizá la fuente principal de los males que denuncian. Y por supuesto que son ellos mismos, los revolucionarios, quienes han hecho girones lo mejor que había en ella. Para rehuir toda responsabilidad por los atentados que cometen en contra de lo que la sociedad nene por más sagrado, en contra de todo lo que está garantizado por la Constitución, han inventado la frase “Período Pre-cons-titucional”. Y fueron ellos los que principiaron por llamarse Constitucionalistas! El > Gobierno mexicano de facto no es una violación de las leyes sociológicas, sino su cumplimiento inevitable. El gran Bolívar dijo: “La Fuerza no es el Gobierno; un Gobierno fuerte no significa un gobierno despótico o tiránico.” Y yo digo: “Para que un gobierno pueda existir, es necesario que la ley se cumpla, y donde quiera que la fuerza sola domina, las leyes o están muertas o se están muriendo.” Tal es el caso del Gobierno del Señor Carranza, que combina con un enorme catálogo de errores toda clase de ultrajes y de intolerancia. Deseo no herir susceptiiblidades, y sólo me anima la convicción de que debo decir la verdad cuando el presente y el futuro de México están comprometidos. Pero insisto en que tales excesos no pueden producir una forma democrática de gobiemo.Por lo contrario, causan su retardo. El Presidente Wilson, siendo un hombre de cien- * cia, debe de saber que el gobierno de un pueblo debe de emanar necesariamente de Isa partes componentes de ese pueblo y debe estar basado en la historia, la razá, las condiciones físicas, el estado general de civilización, y las influencias externas. Si hubiera hecho este análisis, difícilmente habría dejado de ver el hecho de que la Constitución del pueblo de México carece, hasta la fecha, de los elementos necesarios para el gobierno democrático. Se habría dado cuenta de que el ideal de democracia es alcanzado por la evolución, no por la revolución. Hacer la crónica de todos los daños causados a los mexicanos por las recientes revoluciones de su país, sería la más ardua tarea, como es bien sabido. Pero sí es oportuna la siguiente pregunta: la revolución mexicana ¿ha beneficiado al pueblo de los Estados Unidos, material, moral o físicamente? ¿Ha beneficiado los intereses de la civilización en general? ¿Ha ayudado al prestigio de la doctrina Monroe? ¿Ha aumentado el respeto pedido por los Estados Unidos al mundo entero como potencia de primera clase? Cuando la evolución progrese no habrá más revoluciones. La generación joven de hoy y la generación que se levanta se preocuparán más de los intereses públicos y del desarrollo gradual de las instituciones nacionales, y de las costumbres,—en otras palabras, de la evolución de la sociedad. Esta es mi creencia y mi esperanza después de la triste experiéncia por la que todos hemos pasado, y que es el único beneficio recibido de la revolución. Cuando esa era llegue, los agitadores de profesión no serán ya creídos por las clases trabajadoras y ni aun por los que abriguen ambiciones personales. He aquí un nuevo problema:—el de las ambiciones personales. Hay un germen corrosivo que devora el corazón del organismo nacional. El único remedio estará en ciertos hábitos mentales adquiridos desde la cuna. Todo ciudadano tiene, como Mexicano, el derecho de aspirar a los puestos públicos. Pero los que ocupan el poder no siempre tienen en cuenta la aptitud y las cualidades de los investidos con las funciones de Gobierno,—es bastante que compartan las tendencias de los que están en la cúspide. La instrucción pública debe ser fomentada en todas partes por medio de presupuestos más elevados; la instrucción debe de ser federalizada; la inmigración favorecida; la legislación debe reformarse para favorecer más a los pequeños terratenientes; deben darse leyes de irrigación, de manera que el país entero quede irrigado; las concesiones de tierras petrolíferas deben ser dadas con gran cuidado; los impuestos deben distribuirse justamente entre todos los productores;—innumerables son en verdad las labores que se enfrentan con un Gobierno de México que realmente lo sea y que desee ser progresista. Para terminar: Todo gobierno, y el nuestro no es una excepción, tiene el deber de reconocer sus deudas, internas y exteriores, y de dar preferencia en el pago, a aquellas que aumenten su crédito. Ninguna nación civilizada pide lo imposible de las naciones sus deudoras. La buena fe al pedir el pago no debe prevalecer sobre el respeto debido a la soberanía nacional. Pero las naciones deben pagar, pagar, pagar siempre, no importa a qué eos. to, a no ser el de su honor y su integridad. Hago estas declaraciones con ánimo sereno, inspirado únicamente en el amor de mi patria, con la esperanza de verla algún día próspera y feljz. Mi única ambición actual es la de poder dejar a mis hijos un nombre honrado y sin mancha, lo que he podido conseguir hasta hoy a través de toda mi vida política. Permitidme terminar citando las siguientes palabras de Juárez, que tienen especial aplicación en la actualidad: "El respeto al derecho ajeno, es la paz”.