cadáveres. Aquellos Hombres habían muerto hacva -muchos días, según pude obser-Estaban sin dedos, y -yo creo que se gastaron las manos abriendo aquel hoyo con la esperanza de sacar agua, y como no lo consiguieron, murieron de sed”. ^Cuando ya había caminado cosa de una legua, bajé a un arroyo que tendría de lecho como sesenta varas, -y a la orilla de un hoyo abierto al parecer, con los dedos, encontré tres var. I A pltalaria, que se ocupa en su mayoría en la siembra de maíz, papas, alberjón, etc., estuvimos algunos días descansando de nuestras fatigas, compramos una res y cuando la carne estaba buena para transportarla, emprendimos nuestra marcha para Los Angeles, pasando por muchos ranchos que hay muy inmediatos los unos de otros, todos abastecidos de provisiones y habitados por gente también buena que se ocupa con preferencia de la cría de ganado mayor y menor y muy especialmente del caballar. La cría de mulada es muy poco común por aquellos lugares. A cada 5 leguas llegábamos a una misión, casi todas ellas servidas por sacerdotes españoles, y raras son las que no poseen hermosísimas huertas donde se cultivan toda clase de frutas. Algunas misiones en que no había sacerdote, estaban amparadas por indios. En casi todos los puntos por donde pasábamos encontrábamos iglesias y conventos, siempre de españoles. A los cinco días de camino y quince desde nuestro desembarco en San Diego, llegamos a San Luis Obispo, Obispado y Puerto de mar. En este puerto estuvimos dos días, entre gente extremadamente religiosa, lo mismo que toda la que puebla San Diego y puntos inmediatos, y no nos ocupamos de otra cosa que oír misa y encomendarnos a Dios. Conocimos en este San Luis Obispo las huertas más ricas que es posible imaginarse, y en las cuales se cultivan extensos olivares y frutas variadísimas. Seguimos nuestro camino, andando co ino siempre a pie, por caminos arenosos y con un sol ardiente como lumbre. A los pocos días de camino llegamos a una población notable por sus pocos habitantes y por una laguna de alquitrán que utilizaban aquellas gentes en cubrir los techos do sus casas a guisa de zoquete, poniendo pretiles de tablas y altos para que en el .Verano no se resbalase el alquitrán y quedaran los techos en malas condiciones pa ya resistir las lluvias. En el trayecto de San Diego a Los Angeles, excepción hecha de los sacrificios naturales que se hacen en un viaje a pie y en tan mal tiempo que apenas había día que no padeciéramos calenturas y dolor de cabeza por lo incesante de los vientos y la rudeza del sol, lo pasamos bastante bien sin que nos hiciese falta el bastimento ni el agua, a más de 40 hombres y 3 mujeres de que se componía nuestra caravana. En cuanto a las mujeres, excusado es decir que ellas sí sufrieron demasiado. COMO ENCONTRO LOS ANGELES Llegamos a Los Angeles el 24 de Junio, encontrando esta población corta en número de habitantes, que a lo sumo llega rían a 3,000. Está engranada en sus alrededores de grandes viñales de clase muy superior, y se cultivan en extensos terrenos toda clase de productos agrícolas. En esta población nos estuvimos siete días en los cuales llegó tanta gente rumbo n los placeres que se calculó en más de o.000 almas las que se reunieron en eson días. Venían muchas gentes a pie, otras a caballo, en muía, en burro, en fin, como se podía. De Sonora y Sinaloa iba muchísima gente. Nosotros no quisimos salir con aquel gran gentío, sino solos, y así esperamos que salieran todos para salir nosotros. También allí, en Los Angeles, vi a unos señores Almada, Botellas, Wilsons, Salido y a otros muchos que de vista conocía en Alamos. Muy bien pasé los días que estuve allí, comiendo y paseándome con recursos que me arbitraba mi tío Luis Bochín y cuyos fondos había yo de pagarle cuando trabajara en los Placeres, de tal suerte que con esto y lo que debía a Don Manuel Ainza, que eran los $75.00 del pasaje en el vapor, estaba yo endrogado con un buen pico. Mucha de la gente que de paso para los Placeres había en esta población, quería devolverse porque les decían que para llegar al primer placer, andando 12 leguas diarias les faltaban 40 días, que con los otros 40 días que habían hecho de camino desde Sonora a Los Angeles, se ajustaba 80, sin contar que hasta allí no habían andado diarias más que cinco leguas. Tanto como había sufrido aquella gente, a tan larga distancia de los lugares donde residían, los hacía, naturalmente, vacilar entre perder su viaje o seguir caminando; optaron por esto último. El con voy se componía como de 5.000 hombres, 40 muías cargadas con maíz, y demás víveres. Salieron rumbo al Norte el 26 de Junio dejando una huella muy visible que nos sirvió de mucho a nosotros. Además de las muías que llevaban cargadas, arriaban 100 muías en pelo, igual número de caballos y burros y como 500 borregos, que se iban comiendo por el camino. SIGUIENDO LAS HUELLAS En Los Angeles nos quedamos mi tío Luis y su esposa, yo y algunos 10 hombres más; esta era nuestra caravana. Cuando hubo salido toda la gente, nos fuimos nosotros y fué el día lo. de Julio. En el trayecto encontrábamos muchas misiones, cada cinco leguas; todas tenían muy ricas huertas, especialmente una llamada San Juan, en la cual comimos mucha fruta y cargamos cuanta pudimos pagando por ella una bagatela. Esta huerta tendría de extensión unas 500 varas cuadradas. A los 15 días de haber salido de Los Angeles encontramos en el camino unos carros cargados de víveres con las muías pegadas a ellos, muertas, y más adelante gente muerta, y otra enjuta y seca de sed ya muriéndose, encontrábamos frecuentemente armas flamantes, monturas, ropa, etc.; pero ni quien la recogiera, pues tana bién nosotros apenas podíamos con nuestros cuerpos, ya medio muertos de sed y hambre y hubiéramos perecido si no se uos ocurre seguir a unos caballos salvajes que nos llevaron al agua. Estaban aquellos animales en tan malas condiciones come nosotros, tan aturdidos que nos acercábamos a ellos y los tocábamos con las manos. Nos llevaron a la falda de unas lo mas y en medio de grandes tulares bebimos el agua en unas charcas inmundas po niendo sobre ellas nuestros pañuelos para bebería colada; en seguida, satisfechos y llenos de regocijo disparamos de contento nuestras armas y dimos gracias al Todopoderoso por su misericordia. DISPUESTO A MORIR Dos días después de estar a la orilla de estos pantanos, seguimos nuestro camino; yo con un “nacido” en una nalga y un dolor en las ingles de tanto caminar, y con unas calenturas que me iban acabando la poca vida que tenía al grado que me resigné a morir, y al efecto me hice a un lado del camino y me tiré debajo de una rama, dejando ir a todos mis compañeros. Quise dormir y no pude, no me dejaba el dolor que sufría en los pies, los cuales tenía horriblemente hinchados. Al cabo de algunas horas, un tanto repuesto do mis fatigas y convencido de que no podía dormir, me levanté, me eché al hombro mi sobretodo y mi maleta y me puse en camino teniendo la fortuna de llegar no mucho tiempo después a un pequeño rancho en el cual encontré a mis compañeros. Después de permanecer allí 4 días, que se emplearon curándome, emprendimos to dos juntos nuestro camino, con excepción de mi tío Luis, que por enfermedad de su señora esposa se quedó. Caminábamos a tientas, pues no había caminos conocidos, y una equipata que poco después de nuestra salida del rancho nos cogió en el camino, nos molestó por espacio de varios días. Allá, en California no llueve corno en México; se forma una equipata y dura diez o doce días. Ya otra vez careciendo de agua y abandonado por mis compañeros que me habían dejado atrás por mi marcha lenta, ponía trapos a empapar en la lluvia y una vez que estaban bien mojados me los es-primía en la boca hasta saciar la sed de-voradora. Queriendo descansar y como no cesaba de llover, me fijaba yo en el monte en busca de una rama donde guarecerme del agua, y a alguna distancia vi un objeto que me pareció piedra; me extrañó que hubiera piedras en aquella llanada de pura arena y me dirigí a aquel sitio a desengañarme. Llegué a él, ya bastante tarde, y vi que era una casita habitación de indios, formada de palos parados de encino y cercada, desconfiando de aquel jonuco, me paré en la puerta y hablé y como nadie me contestó y el agua menudeaba sin cesar, éntre; extendí la mano para tentar ya que no podía ver, pues se había hecho de noche y, di con algo que me pareció tapete y que estaba recargado contra la pared, lo tiré al suelo y me acosté en él, notando al acostarme que había debajo una cosa blanda, no quise, sin embargo de sengañarme, y como estaba muy cansado me dormí en seguida. Al amanecer del día siguiente oí ruido de moscas y percibí olor a cosa muerta;1 me levanté sin hacer ninguna investigación y salí del jonuco tomando de nuevo mi namino. A poco rato, cuando ya había caminado cosa de una legua, bajé a un arroyo que tendría de lecho como sesenta varas, y a la orilla de un hoyo abierto en la arena al parecer con las manos, encontré tres cadáveres de hombres muertos no hacia muchos días; estaban sin dedos, yo creo que se gastaron las manos abriendo aquel hoyo para sacar agua, y como no lo consiguieron, murieron de sed. A pocos momentos de estar allí mirando a aquellos desgraciados, bajaron al arroyo muchos indios, y yo, asustado, creyendo que eran malos, me disponía a darles mi chaquetita, pantalón y sombrero diciendo-les que cogieran aquellas prendas y que no me hicieran daño; pero los indios en lugar de coger lo que les daba se indignaron a tal grado que querían pegarme por haber supuesto que eran ladrones. Estos indios, en número de doce, iban, según me dijeron ellos, por el muerto que estaba en el jonuco donde dormí y el cual era un indio que había perecido a consecuencia de un hachazo que él mismo se pegó. Me dijeron que estaba yo muy flac» y que luego me iba a morir de hambre como aquellos del arroyo; m^ dieron un poco de pinol de bellota y unos pedazos de carne de berrendo. Con este buen auxilio seguí mí camino muy aminorado y al poco andar alcancé una caravana en la cual venía mi tío Luis; pero como esta gente advirtiera luego que traía yo comida, me pidieron y tuve que repartírsela quedán* dome otra vez en la miseria; pero al fin iba ya con compañeros y esto me consolaba. Más adelante nos encontramos unos californias, y estas buenas gentes nos dieron carne, pan, queso y panoche; y nos dijeron que estábamos muy cerca de San José, y así era en efecto, pues llegamos luego y era día 23 del mismo mes de Jw nio. (Concluirá, el próximo número). Canción Obscura Hoy se ha muerto la fuente... Ya la van a enterrar. El viento de la noche se la encontró, al pasar, desangrada entre flores bajo el claro lunar. íAquella pena mía del florido cantar! Por el sendero obscuro la bajan hasta el mar. La fuente amortajada toda de blanco va. Dos estrellas curiosas se asoman a mirar. ¡Aquella pena mía que me hacía cantar!... Aquella pena mía Ja llevan a enterrar. A. ROBRICCEZ PAGINA 4