A INOCENTE DIPLOMACIA DE ELENA. Pertenece este cuento a la primera serie de los reunidos por Julio Le-maitre con el título de En Marge des Vieux Livres. Sc'a ingeniosas variantes del texto de algunas obras maestras, episodios inspirados por la lectura de os clásicos y por el espíritu moderno del autor. La inocente diplomacia de Elena figura entre las novelescas e intencionadas adiciones añadidas por Julio Lemaitrc a la I liada. . Ún hermoso jardín sobre terrado se extendía más allá de las puertas Esceas; y era el paseo habitual de los Troyanos y de sus mujeres. Una tai de sentados en un banco del jardm. ITiamo, Thimoetes, Lampos, Klitlos, Antcnor,‘Hiketaon y Uka legón, viejos veneraoles .departían jun tos acerca de las noticias del día. cuan do acertó a pasar Elena. Y entonces se dijeron los unes a los otros en voz baja: . > —No es extraño que los Troyanos .^los Aqueos, se avengan a sufrir tantos males por semejante mujer, que se parece, por su hermosura a las inmortales diosas. XXX Hablaban -asi. porque eran viejos próximos a morir, y porque la vista de Elena les deparaba una postrera alegría. Pero muy distinto era el pensar -de la virtuosa princesa Andrómaca. mujer de Héctor. Cuando llegaron a sus oídos las palabras de los ancia- — .X’o es raro—dijo—que los viejos chocheen y no comprendan la mons truosidad de que todo un pueblo soporte los males de la guerra \ que millares de hombres se maten por culpa de una mujer sin pudor. —Elena no^es una mujer sin pudor—respondió Héctor.—Su compof-tamiento es correcto. Con frecuencia recrimina a Paris y querría sustraerse a su amante inf'ujo. Ella misma se califica dv. ramen te. Pero ¿qué va a hacer si es una triste víctima del destino? —Eso se dice con mucha facilidad —replicó Andrómaca.—Sólo que. ya se ve, vosotros los hombres extremáis vuestra indulgencia a favor de las mu jeres descarriadas, siempre que sean bonitas, y. en cambio, la obscura virtud de vuestras esposas, maldito lo que os importa. —Nos importa y la estimamos en lo mucho que va’e. Pero lo cierto es. que no puede decirse que la hija del Cisne y de Leda sea una mala mujer, y que hay en ella no sé que encanto, suficente para aplacar nuestro enojo. — l'nicamentc los hombres—dijo Andrómaca—se dejan seducir por ta-^ les hechizos. En cuanto a mí. confieso que Elena me causa horror cuando pienso que ella es la culpab’e de las desgracias que afligen a mi ciudad. XXX Andrómaca y su marido conversaban así en una de las cincuenta cámaras nupciales de piedra pulimentada, como todas aquellas donde^do*mían Jos hijos de Priano con sus esposas legítimas. Elena habitaba, en compañía de París una de los viviendas interiores donde estaba siempre confinada y úni- , v*-, v. z; .X ÍSS : X y,’ ' ~v •