EL ATENEO —REVISTA ESTUDIANTIL 13 EP* JE5G-M>TO” — H yl mi estimate maestro, el Sre Lie. D. ¿Sítalías L. Carmona. •‘Trabajo que obtuvo el 3er. premio*’ Siento, a pesar del velo que el sueño ha dejado sobre mi semidormida mente, que el piso sobre él que se encuentran las pieles y telas que forman mi lecho se mueve. ¿Donde estoy? Tengo en la mente el confuso recuerdo del paisaje que desde mi galera se observaba ayer tarde, al entrar por una de las bocas del delta del Nilo. Estoy en Egipto. No doy oídos a la súplica de mi cuerpo que pide más descanso, y me desperezo a tiempo que el Sol se destaca entre las dos astas de la cornamenta que forman las montañas que limitan el valle del Nilo- De la cubierta se ve el soberbio espectáculo del país agrícola por excelencia, y se destacan del verde matiz de los campos, los soberbios diques, producto del esfuerzo humano en cooperativa. Allá pastan los bueyes de retorcidas astas, al cuidado de un mozalbete de tostada tez, mientras que los fellahs cultivan el fecundo limo que el Nilo dejó, y siembran la semilla que fructificará y se multiplicará, para dar a Egipto el pan, y el nombre de Granero del Mundo- A proa, acodado en la borda, contemplo el Nilo ahora manso, tras su furor inundante, en cuyas orillas reposan al sol de mediodía los aletargados cocodrilos, y hacen centinela los Ibis hieráticos, mientras oigo a los marinos remar rítmicamente, en monótona cantilena. Destacándose del agua, que brilla al sol como un espejo, avanza majestuosa una galera de purpúreas velas, con dorados adornos, y una simbólica escultura a proa. Allá en la popa, entre mullidos almohadones, recreando sus ojos con el paisaje, y sus oídos con la sensual y tierna melodía arrancada a las arpas de oro por los ágiles dedos de las esclavas nubias, está una princesa, indolente y melancólica a la vez. Cuando pasa, y mientras los remeros interrumpen su labor y se humillan ante la princesa, yo contemplo su belleza, y la sigo con la mirada, mientras me acechan torvos los ojos de los egipcios. Por fin llegamos a Menfis, con sus grandes templos y sus blancas casas, entre las que hormiguea la semidesnuda multitud. Desembarco y me dirijo al campo, desdeñando la ciudad. Atravieso campos perfectamente cultivados, escalo diques, cuando de pronto me detengo ante un cuerpo humano, que, cara al sol, se queja amargamente, mientras se retuerce agobiado por tenaces dolores. Es un fellahs, que no tardará en morir. Al levantar la cabeza, veo a los labradores, que trabajan en cuadrillas, aguijo^ neados sin cesar por el capatáz, que, cuando ve en alguno las menores intenciones de descansar, y aunque vea que su cuerpo fatigado ya no puede resistir, a latigazos lo hace que se mueva, y que se encorve sobre la tierra a labrarla. El Faraón ha comprendido la ignorancia y el fanatismo de los fellahs, y los hace que trabajen para él, recluyéndolos en barrios cercados y guardados por centinelas, y hasta negándoles el sustento a estos infelices, que solo efeo piden para trabajar. Y tanta es la necesidad y el hambre en que viven, que son impulsados robar, no dinero, sino alimentos. Pero para eso» en los papiros de la ley hay una sola pena: La Muerte, Desalentado al ver el egoíomo real, me dirijo, baja la cabeza, fuera de aquel campo, que creí ideal para buclóico retiro. Camino así mucho, hasta que tengo que levantar la cabeza, vencido por el amarillento reflejo del sol, que aquí en el desierto no es Horus, el dios protector, si no Tifón, el destructor. ¿Qué es aquella mole pétrea, que se alza desafiante hacia el cielo, cual nueva Torre de Babel?. Tiene forma de pirámide truncada, donde multitud de esclavos semidesnudos, arrancados de los campos de cultivo por las reales órdenes, van colocando los pulidos sillares que otros arrastran fatigosamente hacia arriba por un plano inclinado, estimulados por el látigo, ya que no por el salario- Es la Pirámide, que el poderoso Faraón manda construir, que le servirá de residencia cuando su cuerpo sea una momia, sir ser perturbado por los hombres, y fuera del alcance de los violadores, para esperar el día en que Osiris lo llame entre los suyos. Influenciado como está su espíritu por la inmutabilidad del Nilo, que año tras año se desborda, por el Sol, que todos los días aparece, por la imponente graciosidad del desierto, destructor de hombres, Faraón quiere construir algo duradero, algo que recuerde a las generaciones venideras su poderío material. Una esfinge avanza. ¿Sola? No. A la manera que las hormigas se agrupan para llevar una presa que una sola no puede mover, así se han agrupado los esclavos para transportarla, no rara su beneficio, sino para el orgullo del Rey. Él quiere una avenida embaldosada, bordeada de esfinges, y su voluntad es ley. Gimen los Use ESTUFAS de Gas Oil.—Satisfacen. Ramón Arestegui. Victoria No. 3