El Caballo de Alejandro DESDE JAUJA A 25 de Enero de 1916. Mi siempre querido amigo: Era en la ciudad de los palacios, y acabábamos de leer el viejecito Arauja y yo una' Sátira de Selles, titulada “Los caballos," obra teatral tan aplicable a nuestros días y a nuestro medio, no obstante haber sido elaborada hará unos veinte años y allá detrás del mar, que al salir a la calle con mi amigo, Íbamos haciendo sabrosos comentarios sobre nuestra lectura. Y como ocurre en estos casos, se nos llenó de caballerías la cabeza. Tan dominados nos sentíamos por aquella idea tenaz, que nuestros ojos hacían abstracción de cuánto les salía al paso, para fijarlos de lleno en las cabalgaduras, asi en los caballejos tísicos que han quedado para tirar de los coches de alquiler, como en los arrogantes corceles montados por los Generales del día. Paso a paso, llegamos a nuestro paseo de la Reforma, y perseguidos por aquella obsesión, apenas se irguió ante nosotros el cabillo de Carlos IV, nos detuvimos a contemplarlo, evocando episodios lejanos y trayendo-nos la fantasía los perínclitos varones de la historia y de la leyenda, que no podemos concebir sino jinetes en sus respectivas cabalgaduras. Entonces fué el desfile del hidalgo aventurero Don Alonso de Quijano a lomos de Rocinante; del Cid invencible sobre su Babieca; de Alejandro el Conquistador en su Bucéfalo; del feroz Caligula en su Incítalo elevado a la dignidad de Cónsul; deleitándose mi compañero en aplicar el cauterio de la ironía a los mandarines de hoy, imbuido quizá del espíritu sarcástico de la obrita que acabábamos de paladear, no sin que me viera forzado a rectificaciones de nombres y hechos, dada la tendencia de Arauja a trabucar sus recuerdos. Bucéfalos, Babiecas y cuadrúpedos investidos de Cónsules, veía por todas partes, no precisamente en los animales por la mano piadosa de la legalidad, sino en los propios redentores que ahora jinetean altaneros en los nobles brutos. Y Arauja señalaba los tipos que le pasaban por la imaginación, y que todos aquí conocemos de los pelos a la planta. De pronto, y siempre en contemplación de la ecuestre escultura, como si un chispazo eléctrico le hubiera tocado en la región que ocupa la masa encefálica, se vuelve hacia mi interrogándome. —No' encuentra usted semejanza entre nosotros y uno de los animales que acabamos de nombrar? Y si la encuentra, a cuál de ellos nos parecemos los hijos de Jauja? Me dejó perplejo su par de preguntas;, y tras de cavilar un rato, le contesté: —No acierto en qué podamos parecemos a ninguna de las históricas bestias; aparte de que toda comparación con ellas sería deprimente para nosotros. De cualquier modo vistas las cosas, pertenecemos a un orden zoológico más elevado. —No hay que envanecerse, amigo Silverio. Algo dieran muchos ciudadanos armados o sin armar, por ser tan laboriosos como la hormiga, tan castos como los elefantes, tan industriosos como la abeja--- —Convenido—interrumpí—atajándole en la serie comparativa que vi venirse encima. Pero cuál es el caballo con quien tenemos semejanza, y en qué consiste ella? —Pues Bucéfalo. —Bucéfalo? Y por qué? —Porque .Alejandro era el único que lo montaba cuando el animal llevaba encima sus lujosos jaeces, y hasta abajábase humildemente la bestia para que con mayor facilidad el Rey macedónico saltara sobre los lomos. Nunca con tales arreos permitió Bucéfalo que otro fuese el jinete. Pero eso si, desprovisto de ellos, ya "en pelo,” como acá decimos, lo cabalgaba cualquier mozo de cuadra. Lo recuerda usted? —Conozco el detalle, admirable por cierto, ya que pone a gran altura el instinto de la bestia. Eliano es quien lo refiere. Pero y la semejanza? ¿Cuál es el periódico más bien impreso? “REVISTA MEXICANA*’ ¿Por qué? Porque sus talleres son los mejores de San Antonio. Mande Ud. hacer su papel y sobres a “Revista Mexicana'' —Para allá vamos, amigo mió. Nosotros hemos hecho caso igual que Bucéfalo. Cuando los arreos de la paz, del florecimiento material, de las filigranas de la cultura nos revestían ostentosamente, nadie sino un grande hombre se trepaba a nuestros lomos. Jamás osó ninguno la avilantez de ir a horcajadas sobre nosotros. Nos engalanamos para aquel admirable jinete, y para nadie más. Pero ¡ay! amigo Silverio, cayeron los jaeces vistosos, nos quedamos "en pelo,’’ y-- ¡ya van gañanes y mozos de cuadra que se encajan grotescamente sobre el nuevo Bucéfalo! Ve usted la analogía ! —De una perfección cabal, amigo Arauja: pero lo que ya dije: muy cruel. ¡Equipararnos a una bestia! ____Nada de sentimentalismos. Bestias somos. No hemos tolerado que el analfabeta y el gandul y el facineroso vayan a la cabeza, seguidos de la turba inconsciente? ¡Lo merecemos, amigo Silverio, lo merecemos! ¡Bucéfalos, nada más que Bucéfalos! Y hablando asi, el viejecito Arauja levantaba trémulo las manos hacia el monumento a cuyo pié nos hallábamos, y los ojos se le encendían en llamas de colérico arrebato. Estaba patético—— Yo quedé en silencio, meditando con amargura en su alegórico símil. Tendrá razón? Y si la tiene, cuándo tornaremos a ver sobre nuestros lomos aquellos lujosísimos arreos? Cuándo será que un varón fuerte y de alto rango se apodere del bruto y sea el único dueño y señor de cabalgarlo? Perdóname si en esta mi décima-nona epístola he tratado de asunto de mera caballería. Tu fiel amigo, SILVERIO .