£. Ik: ;5 i' ~ COMO SALVO D. GUILLERMO PRIETO A D. BENITO JUAREZ. en el Mis compañeros que^áron despacho del Sr. Juárea, *y yo salía con mis útiles de escribü eñ la mano. Estaba remudándose laj^iardia, había soldados de uno y oti lado de ¡a puerta: por la parte derIa calle; al entrar yo en el zaguá&í'para, salir, se volvían dentro de él^ifs soldados: a mi me pareció, no sé/.por qué, que eran arrollados por una partida de muías o de ganado, que- so'ia pasar por alh: me embutí materialmente en la puerta; pero volví Isxs ojos para el patio, y vi, cnsangrj-ntado y en ademán espantoso, al ^toldado que custodiaba la pieza: g^iips, mueras, tropel y confusión horrible, envolvieron aquel espacio. -.í ;t El lugar en que yo estaba parado era la entrada a una d^ las oficinas del Estado: allí fui arrebatado, a la vez que se cerraban tocús las ventanas y la puerta, quedag.dp como en el fondo de un sepulcro. ' Por la calle, por las puertas, por el patio, por todas partes, ips ruidos eran horribles, oíanse tiros en todas direcciones, se derribaban muebles, haciendo estrépito al despedazarse, y las , tinieblas en que estaba 'hundido exageraban a mi mente lo qite acontecía y me represetnaban escenas que felizmente no eran ciertas. En la confysión horrible en que me hallaba, vi que alguno de los que estaban encerrados connjigo en aquel antro, salía para la calle iijipunemcn-te:.yo no me atreví a facerlo, pendiente de la suerte de mis' amigos, a quienes creí inmolados ál ¡desenfreno de la soldadesca feroz. Los gritos, los ruidos, los tiros, el rumor de la multitud, se pían en el interior del Palacio. Como pude, y tenta cando. me acerqué’ a: la puerta del salón en que m.- hallaba y daba al patio, apliqué el ojo a la» cerradura de aquella puerta, y vi 4 tumulto, el caos más espantoso: los soldados y parte deCpopulacho corean en todas direcciones, disparando sus armas: de las azoteas de palacio a los corredores caían, o mejor dicho, sé* descolgaban aislados, en racimos, en grupos, los presos de la cárcel contigua, con los , cabellos albortados, ¡os ¿vestidos hechos pedazos, blandiendo puñales, revoleando como arma terrible sus mismos grillos. V' En el centro del pati^ de Palacio, había algunos que me parecían jefes, y un clérigo de aspecto , feroz—— Algunos me instaron a, huir; a mí me dió vergüenza abandfeínar a mis amigos. Luché por abrir la puerta---la cerraba una aldaba, que después de algún esfuerzo cedió: la puerta se - abrió y yo me dirigí al grupo en que estaban los jefes del motín. A uno de ellos le dije que yo era Guillermo Prieto, Ministro de Hacienda, y que quería' seguir la suerte del Sr. Juárez. Apenas pronuncié aquellas palabras; cuando me sentí atropellado, herido en la cabeza y en el rostro, empujado y convertido en objeto de la ira de aquellas furias------- Desgarrado el vestido, lastimado, en situación la más deplorable^ llegué a la presencia de los señores Juárez y Ocampo. Juárez se conmo------ ------------------------------------- La úluna fotografía de Don Guillermo Prieto. El gran poeta siguienúo sus tradiciones romáticas, aparece abrazado aun humilde papelero, que bien puede ser el símbolo de todos los oprimidos. -o——------------------------ liciones. El señor Juárez se paseaba silencioso, con inverosímil tranquilidad: yo salía a la puerta a ver lo que ocurría. En el patio la gritería era espantosa. - ■ . En las calles, el Señor Degollado el General Díaz de Oaxaca, Cruz Ahe-.. dó y otras personas que no recuerdo, entre ellas un medico Molina, verda-1 derainente heroico, se organizaban en San Francisco, de donde se desprendió al fin una columna para recobrar Palacio y libertarnos. A .ese amago aullaban materialmente nüestros aprehensores: los gritos, las carreras,, el cerrar de las puertas, lo nutrido del fuego d^ fusilería y artillería, eran indescriptibles. El jefe del motín, al ver la columna en las puertas de Palacio, dió or- vió profundamente; Ocampo me reconvino por no haberme escapado, pero hondamente impresiohAdo por que me honraba con tierno cariño. Apenas recuerdo, después de los muchós años que han transcurrido, las personas que me rodeaban. Tengo muy presente el salón del Tribunal de Justicia, sus' columnas, su dosel en el fondo. Estoy viendo en el cuartito de la izquierda del dosel a León Guzmán, a Ocampo, a Vendejas junto a Fermín Gómez Farias; a Gregorio Medina y su hijo, frente $ la puertecita del cuarto; a » Suárez Pizarro, aislado y tranquilo; al general Refugio González siguiendo al señor Juárez, Se había anunciado qu nos fusilarían dentro de una hora. Algunos, como Ocampo, escribían sus dispo-