18 ■- : : LA-voz darnos una severa lección de caridad evangélica y de urbanidad, tratándonos con indulgencia á nosotros, pobres apóstoles del oscurantismo: Así no darían niárgen á que se dijera, que los liberales son los primeros en traspasar las mácsiriias de filantropía que proclaman. La urbanidad, señores editores, es una garantía de que la causa que se defiende es buena; pero cuapdo las injurias ocupan, ■el lugar de las razones, entonces se desacreditadla mejor causa. Direrños detpasó á los señores del Arco-Iris, que np somos muy reverendos como suponen,--ni aun reverendos somos, si no es que se quieran prodigar tales dictados a pobres legos padres de familia que no tienen la honra de pertenecer a.1 estado eclesiástico. No ’ hemos dejado de sonreimos al leer el evangélico consejo que nos alan de limitarnos á, nuestra santa misión, y á estinguir con nuestras manosponsagrádas ta amtorchavdefii, rebelión,. ¡ Qué empeño de sacar,Aplaza á los eclesiásticos, tengan ó no parte en las cuestiones políticas !Entremos en materia. v; El rubro del artículo y los testos sagrados que en él se aducen, nos hacen entender que los señores del Arco-Iris han confundido en la cuestión de tolerancia varios puntos que deben distinguirse. ¿Se entiende por tolerancia evangélica la obligación en que estamos-de prestar los oficios dé justicia y de caridad al cismático, al herege, al idólatra, y aun al ateo? Desdé luego qtie nosotros no solo quisiéramos ser tolerantes, sino tolerantísimos- Partiriamos nuestro pan con el indigente aunque fuera anglicano; tenderíamos la mano al náufrago aun cuando no creyera en Dios. La tolerancia, así es-plicada, la predica y la rhanda el Evangelio; ¿Sé entiende por tolerancia él juzgar indiferentes todos los cultos y todas las creencias? ■Desde luego que el Evangelio no da admite,' lii puede- admitirla, ■porque valdría tanto como decir que la verdad y él error tienen iguales títulos para la mente del hombre y para la justicia de aquel que escruta todos los pensamientos.' ¿Se entiende por tolerancia el que uñ gobierno sufra el culto público dé una religión que no es la del Estado, pero sí la de una minoría considerable de los ciudadanos? Pues siendo este ríégóeio meramente civil, el Evangelio nada dice ni en pro ni en contra, como nada dice cuando los gobiernos toleran algunos males por el bien de la paz y por evitar ótfos mayores. Mas el hombre evangélico no quisiera ni la ecsis-ténéiaMe los vicios tolerados, ni la de las falsas religiones. ¿Se entieridé por tolerancia el que en los pueblos donde felizmente se ha conséfvádq la unidad religiosa, se quieran intróducir nuevas creencias solo por conseguir bienes de menos cuántíá? Entonces (y es el caso en que nos hallamos) ni el Evangelio, ni la razón, ni