“HZ SKIM, IDE IE WEI SIEMFIE” Per le DMA. SAMA PAIS Di MOLINA • • Autora de vario* libro*, entre lo* cuele* eitán "Hoy ee Maflana" y "Carta* a una Madre": miembro de la Iglesia Bautista "H Calvario", de Habana, Cuba. Eran cinco cabezas rubias. Era la hora de acostarse. Todos habían tomado sw vasos de leche, se habían lavado los dientes y ya con sus pijamas puestos, corrían al retaso de su madre para decir sus oraciones. Siempre había algunos empujones no muy piadosos, pero al fin, todos se acomodaban alrededor de las rodillas maternas: dos a un lado, dos al otro, y la ñifla en medio; y empezaban las oraciones ingénuas, espontáneas, infantiles, candorosas. El más pequeño, el “Jazmín Rosado", como le había apodado su hermano, no estaba muy seguro de que alguien se ocupaba de oír lo que ellos decían, y se quedaba con los ojos abiertos preguntando: “¿Y oye, mamá, oye?" Pero cuando su hermano mayor, que era su héroe y su modelo, oraba con tanta naturalidad, consideraba que aquello debía tener una razón muy justificada. Después de las oraciones, los besos, las últimas protestas o encargos pera retrasar el momento de irse a la cama, los últimos toques maternos a cobijas y mosquiteros, las peticiones de una poquita de agua, unos susurros callados o unas risitas ahogadas, ¡al final! estaban dormidos, entregados al descanso hasta el día siguiente. ¡Silencio! La madre se sienta en la mesa del comedor ante unos papeles. Se acerca el Día de las Madres y le han pedido que traduzca una poesía de Frank Crane. Loe pensamientos son hermosos, expresan con IL HOGAR CRISTIANO sentimental ternura todo lo que pasa por el corazón de una madre: su amor, su abnegación, su sentimiento de responsabilidad, su deseo de acertar en la tarea de moldear vidas, su afán por quitar los guijarros de la senda de sus hijos, arrancar las espinas de sus rosas, y... de pronto, al negar a la última línea se detiene pluma en alto, como si ésta se resistiera a transcribir al español aquel pensamiento. Vuelve a leerlo, tal vez ha habido una confusión en su mente. No, bien claro está. La poesía se titula: “La oración de una madre después que los hijos se han ido a acostar", y la última línea dice: “Y haz, Se*or, que me amen siempre. Amén." La madre sonríe con cierta conmiseración. "Estos hombres y estos poetas siempre lejos de la realidad", se dice a sí misma. Piensa en sus cinco cabecltas rubias y recuerda cuántas veces al día suena en aquella casa la palabra MAMA. "Mamá, no encuentro mis lápices"; “mamá, se me cayó un botón"; “mamá, me di un arañazo”; "mamá, dile a Paco que no siga”; "mamá, mi merienda"; “mamá, pásame la mano para que se me quite este dolor". Cuando vuelven de la escuela es un coro: “¿Dónde está mamá?" “Oye, mamá”. Y el pobre Frank Crane, tan errado, poniendo en boca de una madre, como oración al final del día: “Y haz. Señor, que me amen siempre.” Revolviendo papeles Amarillos. Pasan k* años, y buscando entre papelee, vuelve la señora a encontrar la poesía de Frank Crane y a leerla con cierta melancolía. Ya loa pajarllloe no gorjean en el nido, desarrollaron su plumaje y se fueron. Vuelven de vez en cuando, aún dicen: “Mamá" con ternura, con nostalgia, pero ya pueden valerse por sí mismos. En aquellas cartas amarillentas hay muchas compensaciones. Algunas son escritas en momentos de nostalgia, reconociendo las bendiciones disfrutadas en el hogar; otras, comparando el amor recibido bajo el techo paterno con el desinterés de que se han visto rodeados, aun entre sus compañeros. No faltan cartas escritas en momentos de crisis, en que el recuerdo de los ideales inculcados en la infancia se sobrepone a circunstancias adversas. Aman siempre, aunque a distancia. Pasa ante su vista, como una proyección, el día en que su hija dio a luz por primera vez. Su esposo estaba lejos, en los trajines de la guerra, y ella, en ese momento crítico, ante esa gran experiencia, sin tener su compañero al lado, aunque rodeada del solícito y vigilante cuidado de la madre, la protección del padre y el cariño de familiares cercanos prendiéndose del cuello de la madre, sollozó: “¡Qué haría yo sin ti, mamá! Yo, que me creía tan fuerte!" Aquella había sido la suprema compensación. Al lado de la poesía de Frank Crane había una carta de la hija en que rememoraba la primera Navidad del niño lejos de su padre, pero rodeado de cariño, de regalos y de espíritu de Navidad, y terminaba: “Si hubieras leído dentro de mi corazón lo hubieras visto rebosante de amor y de agradecimiento al ver que, a pesar de la pena que nos abrumaba por la pérdida de mi hermano, te sobreponías a ella para que mi hijo tuviese árbol y gozo navideño como los demás niños." Evidentemente, Frank Crane estaba equivocado: También había cartas escritas por las hijas políticas. Una de éstas, después de enviudar y vuelta a casar con otro compañero, decía: "Y este nuevo vínculo no resta nada a nuestro cariño, usted seguirá siendo "mamy" para mí, para mi esposo y para nuestro hijo.” Otra de estas hijas había escrito, con motivo de ciertos apuros económicos: “...y no quiero pensar que me dé el disgusto de carecer de algo por no decírnoslo. Lo que tiene su hijo, a usted le pertenece por derecho de madre, y por el derecho del amor." Sí, aman siempre, aunque el amor evoluciona con el tiempo y son distintas sus manifestaciones, pero saben enseñarle ese amor a sus compañeras. tL HOGAR CRISTIANO Mirando y Re/textoiiendo Cuando van llegando loe años del ocaso, es cosa corriente que las madree cambien entre sí impresiones y experiencias y se sometan a interrogaciones mutuas. Las madres de hijos e hijas solteras se quejan de la falta de consideración de la juventud, de su ritmo demasiado acelerado en todo, de querer beber en un solo trago lo que la vida les brinda, en vez de paladearlo en pequeños sorbos. Se han formado ante la pantalla del cine y de la televisión y han asimilado el atropello, la precipitación y el desasosiego que frente a ella absorbieron. Por eso se sienten defraudados cuando la vida no les brinda todo rápido y en el momento deseado. No tienen calma para desear, esperar, ni disfrutar. Igualmente deploran esas madres entradas en años la creciente falta de respeto y consideración a los mayores, como si los jóvenes hubieran nacido por generación espontánea y en general, el comportamiento de éstos, como si los viejos estorbasen y sólo sirviesen para desaparecer por la roca Tarpeya. Los hijos casados, en grandes números, presentan parecidas características. 81 los padres pueden ayudar poco o mucho, cultivan relaciones con ellos; si no, no pasan por la mente más que el día del cumpleaños, Navidad o en algún caso extremo. Es verdad que aún quedan los que todos los días llaman por teléfono o van a ver personalmente a sus madres, o les escriben con toda regularidad, si están fuera; pero esos son mirlos blancos. Y la pregunta angustiada que se escapa de los pechos de esas madres es: "¿Estamos equivocadas? ¿Hemos fracasado? ¿En qué recodo del camino torcimos el rumbo de lo que debíamos haber hecho?" No entran en este grupo las madres que en manera alguna quieren abdicar el cetro y pretenden ( y a veces lo consiguen) seguir dominando las vidas de sus hijos o hijas mayores de edad, sino que nos referimos a aquellas que quisieran, desde un segundo plano, seguir formando parte integrante de la vida de sus hijos, aportando de su rico caudal de experiencia, sin considerarse relegadas ya al remanso del río de la vida; aquellas que no quieren sentirse ausentes de los que aman, muertas en vida, ya que la ausencia no es más que una muerte pequeña. Tal vez era, después de todo, en estas madres decepcionadas y dolorosas en las que pensaba Frank Crane cuando escribió en su "Oración de una Madre después que los hijos se han ido a acostar": “y haz, Setter, que me amen siempre. Amén." t