8 de Noviembre de 1953 LA ESPERANZA Página 11 BUZON de La Esperanza Pregunta:— Sé de muchos y muchas que poseen y leen libros prohibidos con toda tranquilidad, a pesar de frecuentar los Sacramentos. Cuando les advierto algo, noto que no se hacen idea de la gravedad de la cosa. ¿Cree usted que estoy obligado, por caridad, a insistir, o puedo dejarles en su, al parecer, buena fe? Respuesta:— Es tanto el daño que las malas lecturas pueden causar y, de hecho, causan que, por deber de caridad, hay que hacer todo lo posible por evitarlo. Vea usted, de consiguiente, qué ascendiente tiene sobre esas personas, hasta qué punto están de buena fe; qué resultados probables habrá de dar, en cada caso, su advertencia. Sólo cuando su intervención hubiera de ser ciertamente infructuosa, podría considerarse totalmente excusado de hacer esa gran obra de cari- ven con los obreros en su novísimo apostolado, el cardenal Saliege señala algunos de los peligros a que están expuestos: La tentación puede ser para el sacerdote la de tener una vida ‘‘normal” y envidiar la situación de los esposos, hasta considerar su voto de castidad como inferior condición. Otra es la de considerar como función esencial suya la de ser ‘‘líder” obrero en el sentido combativo, posponiendo así su misión estrictamente redentora de purificar y rectificar el impulso obrero, de superar la zona de odio y moverse en la de la caridad. “La justicia no se realiza sino a través del amor”. En resumen, el prelado vuelve a insistir: Es necesario que haya obreros enteramente solidarios con su clase y su destino, y que al mismo tiempo sean íntegramente cristianos, sin caer en las idolatrías propias del movimiento.... Será así un signo de contradicción, rechazado por muchos, cristianos y marxistas... Pero será el primer esbozo de una civilización obrera cristiana”. dad. No pierda, con todo, su tranquilidad interior; que obligación grave de hacer más de lo que hace, difícilmente se dará, como no se trate de personas, respecto de las cuales, un motivo especial de parentesco, de amistad, de relaciones sociales, de compañerismo, etc., hiciera singularmente necesaria y obligatoria su ayuda. Pregunta:— Tengo una amiga, cuyo novio se porta muy bien con ella, del cual sin embargo, sé que lleva una vida nada recomendable. Por una parte, me parece que debo ponerla a ella en antecedentes; pero, por otra, temo que mi intervención se tome a envidia que la tengo, a celos, etc. ¿Qué cree usted que debo hacer? Respuesta:— Nadie mejor que usted se puede responder en definitiva, porque nadie mejor que usted, conociendo como ha de conocer a su amiga y al novio, sabrá darse cuenta de si, en el caso de que se trata, pesan más los incpnvenientes que las ventajas, que se podrán seguir de enterarla de la verdad. Si, por razón, de estos temores, llega razonablemente a pensar que su caritativa intervención no iba a conducir a nada práctico, podría callar; y aun debería, si por evitar un mal se iban a producir otro u otros iguales o mayores. Si ella es buena amiga y usted de ella; si mutuamente se tienen confianza, comunicándose sus intimidades y secretos, por lo general, no se seguirán esos inconvenientes. Si la amistad es sólo superficial, habría ya más motivo para sospecharlos. De todos modos, si, visto todo, cree que puede hacer algún bien a la amiga, póngala en conocimiento de lo que hay, preparando poco a poco el terreno para asegurar el éxito; sin, por esto, considerarse propiamente obligada a hacerlo, que no lo está, dadas las circunstancias. C. M. F.