DE LA RELIGION. SEGUNDA CARTA PASTORAL 349 SOBRE LECTURA DE LIBROS Y ESCRITOS PROHIBIDOS 6 RUE CONTIENEN DOCTRINAS , IRRELIGIOSAS E INMORALES. POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SANTA SEDE APOSTÓLICA, OBISPO DE GUADALAJARA. Al venerable Clero secular y regular, á todos los fieles de nuestra Diócesis: salud y paz en Nuestro Señor Jesucristo. La Iglesia santa, fiel depositaría de la celestial doctrina que el Hijo de Dios vino á enseñar al mundo, ha cuidado siempre de preservar á sus hijos del funesto contagio del error: solícita por la pureza de la fé, nunca ha cesado de inculcarnos la necesidad indispensable, la estrechísima obligación de evitar cuanto pueda hacérnosla perder, ó por lo menos debilitarla y que sea menos firme nuestro asenso á las verdades reveladas. Sabe muy bien que esta virtud divina, es un don del cielo que es preciso conservar á toda costa, una gracia que á nadie se le debe, que el Señor se ha dignado hacernos poi un efecto de su misericordia, y de la que podemos ser justamente privados cuando por nuestra propia voluntad nos esponemos ft la tentación, ó no la huimos: conoce cuftñta es la miseria humana; y que si debemos procurar, en cuanto esté de nuestra parte, conservar la castidad y cualquiéra otra virtud, no fiándonos temerariamente de nuestras fuerzas, antés bien evitando hasta donde nos sea posible todo peligro, con mucha mas razon debemos velar en la guarda de la fé, de esa prenda inestimable, principio y raiz de la justificación, y cuya pérdida cierra todo camino para volvernos á Dios. Esta piadosa Madre, empeñada en hacer nuestra felicidad espiritual, no limita sus oficios á la mera declaración de las verdades que el Señor se ha dignado revelarnos, ni tampoco á simples exhortaciones y consejos; usando de las facultades que le concediera su Divino Fundador, prohíbe espresamente y bajo las penas mas severas el tocar los mortíferos frutos de ese árbol venenoso del error, no menos funesto que el llamado de la ciencia del bien y del mal, á que estendieron la mano nuestros primeros padres. Nos manda huir de aquellos cuyas palabras, según el Apóstol, propagan la impiedad, y la hacen cundir como la gangrena. Y siendo tan celosa de esto, ¡cuánto mayor debe ser su cuidado en que.los fieles eviten la lectura de libros impíos para, que no se contaminen! Los libros son mil veces mas dañosos que la conversación con sus autores: con su circulación se estiende su mala doctrina á las provincias más remotas: entra á las" casas y contagia á los individuos de las familias mas virtuosas y recogidas, adonde ciertamente no se daria entrada á sus autores: su lectura puede repetirse cuantas veces se quiera y á la hora que se quiera, lo que seria imposible respecto de las conversaciones de los que los escriben y dan á luz: son, en fin, el mas funesto regalo que pudiera hacernos el infierno, el medio mas eficaz para corromper el corazón y estra-viarnos de la fé. Díganlo tantos hombres, muy instruidos sin duda, y cuya creencia parecía incontrastable, quienes sin embargo prevaricaron por esa lectura, como un Bardasanes, tan ilustre primero por su piedad y tan solícito en impugnar de palabra y por escrito las doctrinas de los hereges, y á quien después trastornó la lectura de algunos volúmenes de los valentinianos, en