CELIBATO DEL CLERO 17 Todos ¡conocen las numerosas conversiones al cristianismo efectuadas en el siglo XVI, en el Japón, por San Francisco Javier. Hacía muchos años ya que había muerto éste, cuando habiendo entrado en los puertos del Japón una escuadra francesa, un cristiano indígena llamado Pedro, por haber sabido que estaban a bordo algunos sacerdotes franceses, se dirigió a ellos, y puso a prueba su fe con las siguientes preguntas: "¿Sois discípulos del gran Padre de Roma? ¿Honráis a María, la Santísima Virgen? ¿Tenéis esposas?*’ Como los sacerdotes respondiesen a su satisfacción a estas preguntas, especialmente a la última, Pedro y sus compañeros cayeron arrodillados a los pies de los misioneros, exclamando con alegría: “Gracias, gracias; son vírgenes y verdaderos discípulos de nuestro Apóstol Francisco”. (Amales de la Prop, de la Fe, Ma/rzo, 1868). Un escritor contemporáneo observa ingeniosamente, que “los más ardientes admiradores de los ritos del himeneo convendrían tal vez fácilmente en que no podría imaginarse a San Pablo o a San Juan dando un paseo nupcial, a-compañados por las últimas modas de Atenas o de Efeso y de las graciosas y elegantes novias para quienes dichas modas estaban destinadas a servir de adorno; que tenía que admitirse la imposibilidad de que el Cristianismo hubiese sobrevivido a semejantes espectáculos. La imaginación no podría concebir,-ni aun con los mayores esfuerzos, al majestuoso adversario del Emperador Arriano, fugitivo por el Nilo acompañado de la señora de Atanasio, ni a San Juan Cri-sóstomo, en su destierro por la Frigia, seguido de la señora de sus pensamientos, adornada de corona de azahares. ¿Se habría convertido Etelberto al cristianismo, si San Agustín le hubiera presentado a su esposa rodeada de doncellas? (Marshall, Comedy of Convocation). Oímos decir con frecuencia que los Obispos y los sacerdotes solteros ofrecen su vida por la fe y son aprisionados en varias partes del mundo; y sacrificios tan heroicos no'podrían aguardarse de los hombres hechos a los goces y al lujo doméstico, y agobiados por la responsabilidad de una esposa e hijos. Pero no autoriza San Pablo el matrimonio del clero, cuando dice: “¿Por ventura no tenemes también facultad de llevar en los viajes alguna mujer, hermama en Jesucristo para que nos asista, como lo hacen los demás Apóstoles? (I Corint. IX, 5), Los protestantes adulteran este texto, poniendo esposa, en vez de iwujer. Es evidente que San Pablo no habla aquí de su esposa, por cuanto él no la tenía;.