El Maestro y el Discípulo La Composición Original (FRAGMENTOS). El preclaro Maestro se llamaba Francisco Y el discípulo amado se llamaba José; Los dos, de pueblo en pueblo, lanzaban su doctrina, En parábolas de una dulcedumbre de miel. Evangelizadores de santas libertades Abrían hondos surcos para el fruto del bien: Tronchaban a su paso dictatoriales zarzas, Y esparcían simientes de una dorada mies. El Maestro era ingenuo, bondadoso, sencillo; Su alma era una azucena de inmaculada tez. Y como el Nazareno gustaba infantilmente De que todos los niños se allegasen a él. El discípulo era suave, tierno, amoroso; También era sencillo, modesto era también, Y como una ovejuela, tras la sal de unas manos. Iba en pos del Maestro que le amaba por fiel. El era el predilecto de su Señor; él era Su más dulce compañía, su timbre de más prez Bajo nómade tienda, tras las largas jornadas, Sobre el hombro querido reclinaba la sien, Y esas dos almas eran una sola; se unían En fusión tan secreta, tan misteriosa, que Palpitaban unísonas con un temblor divino Incendiando sus alas en el sol de la fe. Cuéntase que las almas de estos dos hombres buenos Errando en lo infinito se hallaron una vez, Y entre ambas surgió un diálogo que guardará la Historia Y que es interesante por demás. Vais a ver: —Cómo me regocija verte siempre a mi vera; Mi viudez iluminas;"cuán bueno eres, José. —Maestro: abandonarte por escapar mi vida.... Qué mucho que aquí me halles, cumplí con mi deber. —Es verdad; por humilde, por leal, por sincero, Nadie en valer te iguala ¿quién como tú tan fiel? Has superado a Pedro; que aquél negó tres veces Y tú no me has negado nj una sola, José. Tal el sencillo diálogo que guardará la Historia Y que también vosotros conmigo guardaréis. Libertad, Democracia, no sois palabras huecas. Los principios no mueren cuando siembran el bien. .........................jiian B. DELGADO. ' México, Febrero 33 de igió. La Parodia Imitando al Arcade Alicandro Epirótico El preclaro Maestro se llamaba BERNARDO, y el discípulo amado se llamaba JUANIN. Los dos en la metrópoli de Nuevo León vivían allá cuando imperaba la matona del Cid. El Maestro era altivo, dominante y severo, como cumple a quien ciñe reluciente espadín; mas por ser de milicia gustaba infantilmente de que todos los “JUANES” le rodearan. . . y así logró que desde México, donde Juanín chupaba dictatoriales zarzas, se le llegara a unir. Y allá tuvo a su cargo la Biblioteca Pública, y allá fue Catedrático del Colegio Civil, lanzando su doctrina y abriendo surcos hondos, sobre todo en las arcas, al poner “Recibí tantos pesos en plata del cuño mexicano”...... de aquellos ¡ay! que ahora no tiene ya el país. Hábil en el manejo de una lira que supo celebrar la epopeya del magno DOS DE ABRIL, titulaba al caudillo “GRAN PORFIRIO PRIMERO", cual si fuese un monarca del tiempo de Tarif. yi discípulo era cortés, dúctil, meloso; se insinuaba de un modo delicado y sutil; y oyendo las parábolas evangelizadoras del Maestro Bernardo, doblaba la cerviz. Y cual una ovejuela, tras la sal de unas manos, —sal de una dulcedumbre de miel para Juanín— iba en pos del Maestro que le amaba por ducho para alisar las piochas que pasan ya del gris. El era el predilecto de su Señor; él era su más dulce compaña, su cantor más gentil. Bajo el artesonado del Palacio que había construido el Maestro, se les miraba ir de una sala a otra sala, cogidos de las manos, como fuera costumbre del apuesto adalid, charlando de política, de letras y de historias, arrogante Bernardo, zalamero Juanín. Esas dos almas eran una sola: se unían en fusión tan secreta, tan misteriosa y tan íntima, que unísonas con un temblor divino sus alas incendiaban al sol del porvenir. Y cuando ya cumplida su misión, se marcharon el uno rumbo a México y el otro hacia París, la traición en las sombras escondida esperaba los instantes propicios, y el discípulo al fin, viendo apuntar un orto glorioso en el zafiro, se volvió maderista con arranque febril, y cantando las glorias del apóstol y mártir se pasaba la vidá sintiéndose feliz. El discípulo amado ya superaba a Pedro: si éste negó tres veces, aquel negaba mil. Mas el destino quiso favorecer bien pronto la inclinación marcada del bueno de Juanín al barberil oficio que honores y prebendas le dejara a la sombra de aquella piocha gris. Y apareció en las Sierras agrestes de Coahuila, nacido allá de Ciénegas en la frondosa vid, varón que es alto, es fuerte, y es sano y es austero, y alzó ya la cosecha que no es grano de anís. Lo mismo que el Maestro Bernardo (a quien extático adoró de igual modo que lo hiciera Juanín) gasta el hombre de hierro luenga piocha entrecana donde puede el discípulo sus prodigios lucir. Ya es diestro en el manejo de las ajenas piochas; conoce a maravilla su oficio barberil; que aumentó su experiencia mucho antes que partiera su Maestro Bernardo camino de París. Tal el hecho sencillo que guardará la Historia, y que por eso es justo rememorar aquí. ¡Fidelidad, Decoro, no sois palabras huecas! Quien no quiera creerlo, pregúntelo a Juanín; que en la Patria bendita de los libertadores alzados con cosechas de cuanto da el país, hay muchas existencias CEGADAS por la infamia que nacen para gloria del arte barberil. Juan B. GORDILLO. México, Febrero 34 de 1916.