5 de Octubre., 1924. REVISTA CATOLICA 671 SECCION APOLOGETICA *- - CARTAS A UN VIAJERO CARTA NOVENA (Continuación) Se consumó la tragedia del Calvario; transcurrió el gran sábado de la Pascua entre plácemes de triunfo para los enemigos de Jesús, y en sollozos de orfandad para sus amigos: pero el domingo por la mañana comienza a -correr el rumor de que ha cumplido la promesa tantas veces reiterada, resucitando de entre los muertos. Bien presente la tuvieron sus enemigos, y para mayor seguridad pidieron guardias al Presidente Roma-x no, y sellaron las junturas de la losa del sepulcro, creyendo así asegurada su victoria. (Matth. 26, 63-66). Pero el Autor de la Vida sale del sepulcro sellado y guardado por soldados; y para que vean estos que está vacío, un ángel más luciente que un rayo del sol baja del cielo y levanta la piedra, y ellos huyen aterrados a dar cuenta del suceso a los príncipes del pueblo deicida. Y mientras deliberaban ellos cómo encubrir aquel hecho que había de cambiar la faz de la humanidad, algunas mujeres piadosas se acercan al sepulcro para derramar ungüentos y perfumes sobre el cuerpo del amado Maestro; pero la tumba está vacía, y un ángel les anuncia que Jesús ha resucitado. Corren ellas a dar la nueva a los demás discípulos, y en -el camino tienen la dicha de ver vivo al que habían buscado muerto. Propágase la noticia con la celeridad que puede suponerse, y afluyen al huerto donde estaba el sepulcro numerosos grupos de .^discípulos que- quieren cerciorarse de la verdad; ^unos lo aseguran, otros dudan, otros se resisten a creer tan gran ventura, como suele suceder en casos semejantes, hasta- que por la tarde, a un grupo numeroso reunido a puerta cerrada por temor a los judíos, aparece Jesús y les hace palpar la verdad de su resurrección. Los cuatro Evangelistas dejaron consignada esta manifestación del resucitado. (Matth. 28-Marc. 16.-Luc. 24.-Joan. 21, y 22) Bastaba esta prueba para dejar comprobada la verdad del milagro, el cumplimiento de lo que Jesús había ofrecido como argumento inconcuso de su misión divina; pero, para que la evidencia del gran prodigio fuera tal que ni entonces ni después pudiera ponerse racionalmente en duda, Jesús resucitado quiso permanecer cuarenta días mostrándose -con ellos y aun sentándose con ellos a la mesa, instruyéndolos siempre en las cosas relativas al reino de Dios, es decir, a aquella Iglesia de la cual Pedro sería la piedra fundamental y cuyos cimientos combatirían en vano los poderes del infierno en la sucesión de los si-w gios. (Act. 1, 3.-Matth. 16, 18.) T Aunque no conociéramos otro milagro de Jesucristo, en testimonio de la verdad de sus palabras y del carácter con que se presentó en el mundo, bastaba éste solo, de volver a la vida después de habérsela quitado sus enemigos, con la circunstancia, que le da mayor fuerza, de haber ofrecido varias veces dar esta prueba palmaria de la verdad a los que cerraban sus ojos a los demás prodigios. Mas, es tal la obcecación de un entendimiento voluntariamente ciego, que, así como entonces, no pudiendo negar la realidad del hecho, acudieron escribas y fariseos al pueril subterfugio de sobornar a las guardias para que dijesen que estando ellos dormidos los discípulos del Crucificado habían hurtado su cadáver, (Matth. 28. 11) así en todo tiempo, y señaladamente en los que alcanzamos, muchos desgraciados han torturado su ingenio para desvirtuar esta prueba magnífica de la verdad del cristianismo, apelando a teorías y explicaciones indignas muchas veces de los mismos que las inventaran para oponerse a la abrumadora evidencia de la realidad histórica. No cabe en los límites estrechos de esta carta el enumerar siquiera esas teorías; pero para que s'e forme usted alguna idea de las principales le diré que hubo quienes insistieran en negar la muerte de Jesús. Su muerte, dicen, fué aparente, y confortado con los aromas que vertieron sobre él al sepultarlo, recobró poco a poco el uso de los sentidos. En cuanto a las heridas que desgarraban su cuerpo, desde luego hay que rebajar mucho de lo que refieren los Evangelistas, y con los ungüentos que esparcieron sobre su cuerpo, se1 curaron las heridas, y al tercer día estaba completamente sano. Pero ¿no atravesó un soldado su corazón de una lanzada ? Mitos, invenciones del evangelista. Y ¿por qué no quebraron a Jesús las piernas, como lo hicieron con los ladrones, sino porque vieron que. ya estaba muerto? ¡Fábulas! exclaman esos críticos sapientísimos. Así es muy fácil desmentir los hechos más bien probados de la historia» Ni faltan entre esos portentos de ciencia histórica quienes afirman, como si lo hubieran visto, que notando los que ungían el cuerpo inerte de Jesús, que estaba vivo, lo llevaron ocultamente a la casa de algún discípulo fiel, y allí curó de sus heridas, lo que dio margen a que se dijera que había resucitado. Por supuesto, los encarnizados enemigos de Jesús que tanto empv no tenían en su muerte, estarían ciegos en aquella hora, pues nada notaron, y muy ufanos pusieron guardias y sellos a un sepulcro vacío; y el secreto de este engaño se guardó tan fielmente, que se ha podido embaucar con la fingida resurrección de Jesucristo a toda la humanidad cristiana, durante. mil novecientos años, hasta que estos sapientísimos doctores han venido a desengañarla. Otros, no pudiendo negar la muerte real del Ci ucificado, partiendo del materialismo más crudo, dicen que la resurrección no era posible, pues la vida no es más que una fuerza que unifica y regula las funciones orgánicas, y la muerte la desaparición de esa fuerza vencida por las ten dencias de disgregación de otras energías que a-