Niños Guadalupe y Manuel Qlea, de la ciudad de México, actualmente radicados en El Paso, Texas. blábanse de nuevo sus semblantes, recaían en la indiferencia, el antigrx) abismo se agrandaba: perdieron el valor, la esperanza, el renaciente calor de la mañana. La tarde los encontraba otra vez fríos, entumecidas sus almas. El abismo bostezaba entre ellos como antes. Asi transcurrieron algunas semanas. Ep ocasiones esta fría calma era interrumpida por él con una palabra en la que se sentía la cólera: ella lo dejaba ir casi sin advertirlo, de todos modos sin conmoverse, y dando por cierto que lo que le pasaba entonces debía repetirse indefinidamente. ¿Era esto verdad? ¿La escena no debia cambiar? ¿Habia sido siempre así? Reflexionó: no: el pasado habia sido muy diferente. En otro tiempo reclinaba la cabeza en el amante pecho de su marido. La voz que ahora le replica con dureza se suavizaba-singularmente al sonar la suya. Sus miradas se confundían en mutuas promesas: los labios estaban también unidos. ¡Qué lejano le pareció aquel tiempo, vago y encantador como un sueño! Apenas podía darse cuenta d< la realidad de aquellos días. ¿Cómo se habia operado este cambio? En el verano ligeras nubes oscurecen el sol, se disipan, reaparecen, y de pronto negra y densa nube cuaja la tempestad, sin que pueda explicarse la rapidez de esta transformación. Ellos también, en el cielo de su vida, habían visto deslizarse pardas nube-