Bárbara Labor Por Jesús E. Valenzuela A Manuel José Othón. Suena un eco persistente que atormenta mis oidos; es del golpe duro y seco que los pájaros esparce en la fontana, el del recio leñador, cuyos ruidos interrumpen el cantar de la mañana. Leñador, ¿a cuál objeto la madera de ese árbol que era gloria de los montes servirá, ¿a la vida o a la muerte?_______ ¡Qué follaje le prestó la primavera! ¡Cnántos pájaros de ignotos horizontes en el árbol joven, fuerte, j-¡ay! sus nidos suspendieron en las ramas! A tus golpes, leñador, huyeron todos. r Ora, dime, ¿que tú no amas? ¿Nunca fuiste como fronda de ilusiones por encima de los lodos de la vida breve y triste, que asi acabas con la fronda y las canciones? Si es un mástil, leñador, para que ostente su escarlata guión la guerra, no mereces que la tierra te sustente, ni tu huella señalar sobre la tierra. Mira, r- leñador, ese árbol fue la lira libre y franca que escogió Naturaleza entre la selva: el invierno lo cubrió de escarcha blanca y el verano de hojas verdes, para que la gran parvada pronto vuelva. ¿Por qué. dime, leñador, con tu hacha muerdes ese tronco que es sustento de las voces de las aves y del viento? Oh!_______no sigas el cruel trabajo nulo de tu hacha: vé y cosecha en la llanada las espigas, deja el árbol a la furia de la racha. ¡Mira!_____Busco el ropaje de las selvas del Ajusco-----— Si sacude el sol su lumbre, o su dulce haz la luna, ¡qué infeliz desolación en esa cumbre! ¿Por qué el árbol te importuna? ¿Por qué buscas con su muerte tu fortuna? No prosigas, léñador, tu vil tarea; vea tu estulticia singular, sin luz ni vuelo, cómo crece el árbo| noble sobre el suelo para darte grata sombra en esta tierra, y atraer sobre los gérmenes que encierra toda el agua de las nébulas del cielo. Abandona ese árbol que tus impetus encona. Bajo el golpe destructor con que lo hieres, tus afanes —ruin provecho— son prolijos. ¿Cuáles sombras buscarán tus pobres hijos, con los suyos y sus débiles mujeres? Por la saña de tu hachazo ya la cima es eriazo que gravita sobre el alma recogida en un antro de tristeza. En tu sórdida pobreza vas matando hasta la vida de los seres porque luchas; ¿qué tú mismo no te escuchas? ¿y en tu espíritu no sientes que esos árboles dolientes, , que se abaten a tus golpes en la sierra, gala son y son riqueza de la tierra? Oh! las frondas, oh 1 las sombras, oh 1 los cantos de las selvas que cubrieron como mantos las montañás de la América: el desierto no es tan árido, tan triste, ni está muerto, porque tiene sus esfinges y sus santos.