ta?) o de Zolá. En primer lugar, yo he dicho en mi primer articulo, y lo repito ahora, que “todos los que hemos traído a colación, escritores entendidos, escritores activos, escritores voluminosos, y otros muchos que sería prolijo enumerar, han enriquícido las Ierras norte-americanas, con el tesoro de sus obras originales." En segundo lugar, en estos casos no debemos fijarnos en la cantidad de las obras sino en su calidad. Nada tengo que objetar, por cierto, a los trabajos de Victor Hugo, de Spencer o de Spenser, porque todos ellos son de un mérito indiscutible. Pero, ¿puede el señor Moheno por ejemplo, señalarnos la influencia saludable que en el mundo hayan ejercido las novelas inmoralmente sugestivas de Paul de Kock (que también ha escrito mucho) o Jas obras realistas de Emilio Zolá? Afirmar que la labor artística de Longfellow, Edgar Alian Poe y Walt Whitman, no supera ni con mucho a la de José Asunción Silva, de Colombia, Ruben Dario, de Nicaragua, y Gutiérrez Nájera y Díaz Mirón, es, no diré una herejía de lesa literatura, pero si un error craso de parte del señor Moheno, como se podrá demos-tra examinando detenida e imparciaí-mente sus obras, lo cual dejaremos para otra ocasión. Con respecto a los méritos de la literatura americana, estoy seguro que no opinaba cotilo el señor Moheno, D. Ignacio Mariscal quien supo enriquecer las letras mexicanas con una excelente versión del poema clásico Thanatopsis, de William Cullen Bryant. Tampoco creo que opine como el señor Moheno, D. Joaquin D. Casasús quien ingualmente nos ha dado a conocer en nuestro rico idior ma las bellezas literarias del exquisito idilio Evangeline, de Henry Wadsworth Longfellow_____ Nuestros ilustres compatriotas. Mariscal y Casasús, por su reputación mundial como literatos y sus profundos conocimientos de la lengua inglesa, pueden considerarse indiscutiblemente como autoridades en la materia, muy superiores a la del señor Moheno, sin que por eso deje de seguir siendo mi estimable contrincante un orador parlamentario de primera fuerza. X X X Por razones que no es del caso especificar me veo ahora obligado a referirme a ese odio de raza que el señor Mtoheno, con Zolá, considera santo, y que evidentemente le impele a calificar de pobre la literatura americana. ¡Santo, el odio de raza! Bien dijo el poetS: “Alas! for the rarity Of Christian charity Under the sun!” (2). La opinión del señor Moheno, basada en odio de raza, no es lógica, no es razonable, y, por tanto, no merecía ser tomada en consideración; pero hay que decir algo sobre este punto, siquiera para demostrar lo falso del terreno en que, desde este punto de vista, se ha colocado el eminente tribuno y pol’tico mexicano. Tenemos un ejemplo notable de cómo el odio, en materias literarias como en otras, obscurece la razón; de cómo el odio tiende a deprimir las reputaciones más bien sentadas. Después de la muerte de Edgai Alian Poe, el cj-itico y editor Rufus Wilmot Griswold, su primer biógrafo, publicó en The Tribune, de Nueva York, un articulo denigrante acerca del gran poeta y prosista fantástico. - Como paréntesis, cabe hacer notar aquí que el señor Moheno padece un lamentable error al asentar que Poe “espiritualmente no es americano sino francés como producto dé aquella evolución literaria que comienza en 1830 y se cierra con la generación de Baudelaire y Lecomte de LTsle.” Todo lo contrario. Edgar Alian Poe, con su estilo peculiar; con su propia definición: la poesía es la creación rítmica de la belleza, definición qué él mantuvo siempre como principio literario; con su obra ar-t'stico-fantástica que bien puede compararse con la de Frédéric Francois Chopin en el arte musical: (3) Edgar Alian Poe, repito, fué quien ejercitó notable influencia en la poesía francesa de sus tiempos y hzsta en las producciones ertraordinarias de Julio Ver ne cuyas profesias ha estado realizan do la ciencia moderna. Pero volvamos al asunto de Gris-Griswold. Wiilis y Graham salieron a la defensa del inmortal autor de The Raven. A pesar de esto, Griswold in sistió en que apareciera su crítica (?) como prefacio en él tercer tomo de su edición de las obras de Poe. (4). Muchos años más tarde se dió a luz una carta que privadamente había dirigido Griswold a la señora Whit man, a raíz de libelo de qtle se ha hecho mérito y en cuya carta el de-turpador se xcusa diciendo: “Yo no era amigo de Poe, ni Poe, era amigo mió." Griswold, convirtiéndose en un monstruo, por decirlo asi, entre ios biógrafos, se encargaba ran sólo de atacar rudamente la personalidad dt Poe con lo cual contribuía a rebajar el verdadero mérito de sus obras. El libelista, por medio de su conducta reprobable, conseguía, como muy bien ha dicho alguien, que la Musa de la Biografía violara una de las leyes más importantes de su domi nio: aquella que insiste en que lo mejor de la' vida de un hombre y de sus obras se debe dar a conocer de talladamente,-y antes que ninguna otra cosa. En sus apreciaciones respecto de la literatura americana, pues, y a juz gar por lo que insinúa referente al odio de raza (a pesar de la salvedad que hace al final de su filípica), el señor Moheno me ha hecho recordar la injusta labor Je Griswold. Puede decirse que, políticamente hablando, los mexicanos odiamos a los norte-americanos o por lo menos, no somos sus amigos. En consecuencia, según el señoi Moheno y aquellos de nuestros com patriotas que se inclinen a usar de la extraviada argumentación que él ha inspirado, nosotros los mexicanos, por odio de raza, o sencillamente por enemistad política, debemos negar que Benjamín Franklin haya sido el primero entre los hombres de ciencia en arrebatar a la rojiza nube el fuego aterrador de la centella; debemos negar que Crawford Williamson Long fuera el primero en dar a conocer las virtudes anestésicas del éter sulfúrico, gandioso descubrimiento que tanto ha contribuido a ensanchar, a robuste cer la fisiología y la cirujia moderna; debemos negar que Noah Webstei haya producido uno de los mejores diccionarios del idioma inglés, tenido como la suprema autoridad sobre la materia; debemos negar que Thomas Alva Edison sea, si no el primero, uno de los físicos más notables de los tiempos actuales: debemos negar que George W. Goethals. después del estupendo fracaso de M. de Lesseps, ha-ay podido unir los dos grandes océa nos al través del Canal de Panamá. Y por odio de raza, o sencillamente por enemistad política, debemos los mexicanos sostener que los norte —americanos no tienen literatu ra, ni ar te, ni ciencia, ni filosofía, ni cosa que lo valga; que los norte americanos, en fin, son unos analfabetos, unos pretensiosos. unos fabricantes de manteca (!), sin nobles aspiraciones, y cuyo Dios es el dinero: ¡nada más! Mías ya se conprenderá que una opinión como la del señor Moheno basada en ignorancia y en odio de raza, o sencillamente en enemistad poli tica, no puede destruir, ni destruye los méritos de la literatura americana; como tampoco los rebaja la convicción documentada de qt e nos habla el señor M'oheno, sin exhibir las pruebas. Sea de todo ello lo que fuere, creo yo ijüe echar mano de nuestras convicciones políticas o tratar de explotar el sentimiento patriótico en los momentos críticos por que atravesamos los mexicanos tan sólo para deprimir o empequeñecer el producto meramente intelectual de nuestros an-versarios, es, más que ilógica e irracional, una labor impotente; estéril, pueril, por lo menos, porque tal labor no nos lleva al esclarecimiento de la verdad en ningún sentido. En el estudio serio y concienzuao de la literatura, como en el del arte, la ciencia, la filosofía, y como en el de aquel que nos pone en condiciones de practicar él bien por el bien mismo, no debe haber, ni permitirse que haya, diferencias políticas ni divt siones geográficas. Asentado lo anterior para dar término a la consideración de los dos puntos en que se ha basado el señoi Moheno para externar su opinión relativa a la literatura norte-amenca na, se puede ya entrar en materia más provechosa, más en consonancia con ta verdadera naturaleza de la polémica que se ha iniciado. XXX Puédese asentar que ninguna otra literatura es de mayor interés para el observador sereno, para el investigador filosófico, desprovisto de todo prejuicio, que la de los Estados Unidos. Y por varias razones. La poesía americana, por ejemplo, más que la inglesa, ha ideado, ha ins pirado el sentimiento nacional y los movimientos históricos del país que la ha producido. Hoy el pueblo norte americano, en el segundo siglo de su crecimiento, hoy este pueblo que comenzó su exis tencia guiada, no por el selvático bar-barismo de los aborígenes, sino por una civilización que traía consigo los gérmenes de nuevos principios políticos y sociológicos, gana tín fuerza, en