religiosos huyeron avergonzados de su torpeza. Otro día algunos hombres pertenecientes a ese linaje de reptiles que se arrastran en la delación y el espionaje para vengarse de las superioridades morales que les humillan, le tendieron una celada a fin de comprometer el supernaturalismo de sus enseñanzas con las susceptibilidades del poder político. ¿“Debemos, le dicen, pagar el tributo al César?" Por toda respuesta, Jesucristo les pregunta: de quién es la efigie esculpida en la moneda? “Del César", contestan aquellos esbirros, estrechados por la realidad. “Pue^ dad al César lo que es del César,/V a Dios lo que es de Dios." Y con este finísimo tropó y antítesis luminosa, sentó las bases de la libertad religiosa, resolvió el problema de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, y sancionó los fueros de la conciencia. No es culpa suya, si más tarde los profanadores de su doctrina le convirtieron en un Moloc ávido de carne humana. La parábola, esa especie de drama popular, de relieve y escultura animados de los más altos problemas de la filosofía; la parábola, género de literatura casi desconocido a los hebreos, fué en sus labios una creación espontánea y natural, un idilio perpetuo de seducción para comunicarse con las almas sencillas y hacér descender hasta el corazón de las ignorantes masas, las trascendentales concepciones de su enseñanza. ¿Quién no ha sentido en su propia historia, en la historia de su corazón y de su vida todo el vigor y valentía de aquella parábola del hijo pródigo? ¡Retrato admirable de todos los humanos, no menos grandioso por su universalidad, que tierno y profundo por las delicadas y enérgicas lineas con que están dibujados los inescrutables abismos del alma! Ni la rica lógica, ni la moral de observación, han seguido con tan certera mirada esos tristísimos descensos del corazón y del carácter dilapidando en las abyecciones de la orgia y del más refinado egoísmo, toda la riqueza de sentimientos elevados, aprendidos en los primeros años de la vida. ¡Con razón la frase de hijo pródigo flota en toda la literatura moral y en todas las conciencias como un eco de remordimiento y de vergüenza! Persio, Juvenal y Moliére, Tácito y Rabelais, apenas llegan a la piel con su látigo fustigador; Jesucristo hiere la carne, penetra hasta el hueso, rasga las fibras del corazón. Esa túnica de Neso del ridículo que arrastran todos los tartufos y falsos devotos; ese sambenito de oprobio que cobija eternamente a los sectarios del tanto por ciento; esas coronas de infamia que ciñen la frente de todos los avaros, fueron tejidas por Jesucristo con artificio divino; fue él quien creó esas obras maestras con fina ironía y sátira inmortal. “Sepulcros blanqueados por fuera y corrompidos por dentro," les dice a los hipócritas. “Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico se salve," les dice a los avaros. “Ves la pajita en el ojo del vecino, y no ves la viga en tu propio ojo,” les dice a los difamadores. “Hipócritas que devoráis las casas de las viudas con largas oraciones," les dice a los traficantes de ritos religiosos. “Hipócritas que limpiáis lo de fuera del vaso y del plato y por dentro estáis llenos de rapiña y de infamia,” les dice a los centenares de jueces que entonces, como hoy, cubren con fórmulas jurídicas sus secretas prevaricaciones a favor del amigo, del soborno o del poder público. Y estas frases y otras de igual riqueza literaria han quedado esculpidas en la piedra angular de la moral eterna como un estigma de fuego que atormenta perdurablemente los insomnios de todos los hipócritas, de todos los avaros, de todos los prevaricadores, de todos los opresores de la humanidad. Y esto es lo que yo llamo materialismo en la forma, esto es lo que se llama dar carne y sangre a las concepciones del espíritu, esto es lo que se llama vaciar en bronce imperecedero las más elevadas enseñanzas de la filosofía. ¿Y esto puede aprenderse? ¿Esto puede adquirirse? ¿Hay quien pueda revelarnos el secreto de las formas, el secreto de los grandes artistas de la palabra humana, o este es un dón del cielo, concedido como privilegio a pocos escogidos? Voy a resolver esta duda. , * ♦ * Hubo en Atenas un abogado de aspecto despreciable, flaco, de rugoso semblante, de incorrecta y grosera pronunciación y casi tartamudo. Este abogado se atrevió un dia a presentarse en la tribuna ilustrada por la olímpica palabra de Pericles. ¿Adivináis lo que pasó?... El orador fué saludado por los silbidos unánimes de la muchedumbre. ! Dos veces intentó rehabilitarse y dos veces bajó las \ imponentes gradas del Pnix perseguido por las burlas y sarcasmos de aquel pueblo de artistas. ¿Qué va a hacer esta pobre víctima de su propio orgullo? ¿Esconder su impotencia y su vergüenza en las obscuridades del olvido? ¿Convencerse de que' su vocación y sus caprichos no van acordes y apagar en los tranquilos goces de la vida privada la inmoderada sed de gloria que le devora?..... Preguntad a las olas del mar Focio y ellas os contestarán de lo que es capaz el genio de la perseverancia; preguntad al precursor de Alejandro Magno y él os dirá mostrándoos las cicatrices de sus victorias, lo que alcanzan las tenacidades del alma. Ese abogado despreciable, tartamudo, tres veces silbado, se condena durante largos años al aislamiento del estudio, sube frecuentemente con acelerado paso las rápidas pendientes de las montañas recitando trozos de la Iliada para robustecer su voz, declama entre el ruido de las olas tragedias enteras, llevando a la boca piedrecillas de la playa para corregir la torpeza natural de su lengua; inventa ingeniosa y ridiculamente raparse el pelo de la mitad de la cabeza para verse así obligado a vivir en el retiro de tranquilas meditaciones; se entrega con frenesí a la lectura de todos los filósofos, de todos los poetas, de todos los oradores de su tiempo, y cuando cree que es llegado el momento solemne y último de la prueba, vuelve a presentarse a aquella tribuna de sus ensueños.....y entonces, con voz atronadora y elocuente des- pierta el patriotismo aletargado de sus compatriotas, convierte a sus oyentes en soldados, marca con estigma oprobioso la frente de los mercenarios del extranjero, esculpe en relieves inmortales los secretos designios del hipócrita invasor, y durante cuatro- lustros, su palabra, nada más que su palabra, detiene en las fronteras de Atenas al potente y numerosísimo ejército de Filipo.... ¿Qué más podré deciros después de esta rápida biografía de las tenacidades heroicas del vencedor de Esquino? Tina sola frase, una brevísima frase que va a eternizar en vuestros recuerdos todas las ideas y todos los sentimientos que he pretendido comunicaros. • ' " ¿ Queréis, tenéis propósitos serios de poseer el arte que inmortalizó las tribunas de Grecia y de Roma? Pues buscad lecciones de perseverancia, de mucha perseverancia, en las enseñanzas del primer tribuno de la elocuencia griega; pero buscad también sed de justicia, infinita sed de justicia en el divino idealismo del primer tribuno de la justicia eterna! (1) “Totum hoc quo continemur unum est, et Deus et socii sumus ejus et membra Natura nos cognatos edidit," Sen. ad, Lucí 1.91-93. (2) I^s palabras entre comillas y algunas otrts que no lo están en el resto de este discurso, no son de su autor, sino tomadas de varios escritores.