á causa de su enfermedad. En el camino se encuentra con soldados de Escobedo, y entre ellos a López, al lado del republicano Gallardo, a cuya hermana había en un tiempo favorecido. Este reconoce a Maximiliano, no lo detiene, y aun dice a sus soldados: “Son civiles, déjenlos pasar.” “Ya veis, dice Maximiliano a Salm, que es siempre útil ser bueno y hacer beneficios.” No manifiesta ninguna extrañeza de ver a López entre los invasores. En ese momento López desaparece y vuelve casi al punto con un caballo ensillado; “Montad Sire, le dice, corred a casa del banquero Rubio, allí estaréis en seguridad, y de allí ganaréis la costa." Maximiliano, como an tes, no manifiesta ni cólera ni sorpresa. Rehúsa el caballo y continúa dirigiéndose a pie hacia el Cerro de las Campanas. Llega. El sol estaba deslumbrante, y las campanas repicando a todo vuelo, anunciaban que la ciudad toda había caído en poder de Escobedo. Méndez no había podido ser avisado; M¡ramón, atacado por un destacamento de caballería, había sido herido en la mejilla y trasportado a casa de urí médico amigo suyo, el doctor Licea. Sólo Mejía había llegado con algunas tropas. Pero K; defección iba a terminarse ante los mismos ojos de Maximiliano. A cincuenta pasos del Cerro de las Campanas, un batallón entero volteó la espalda; un ayuda de campo vino a llamarlo al deber, y el comandante se no en sus barbas. La Rendición de Maximiliano El cerro estaba bombardeado por todos lados. El Emperador pregunta a Mejía si era posible aún rorhper la línea enemiga. El General responde: “Si a mí poco se me da la muerte, no quiero quede expuesta vuestra majestad a una muerte segura.” Entonces Maximiliano envía a su ayuda de campo Pradillo con una bandera blanca a tratar de la rendición. El fuego cesa. Escobedo se presenta; Maximiliano le entrega su espada. ‘‘Si es necesario, dice, que haya una víctima, que sea yo nada más. Mi único deseo es abandonar México, tomando el compromiso de no volver.” Escobedo nada puede acordar teniendo que referirse a su Gobierno. "No permitiréis que se me insulte, lo espero, y me trataréis como prisionero de guerra.” “Sois, en efecto, mi prisionero,” dijo Escobedo. Y lo confió a la guardia del General Riva Palacio, gentil hombre que llenó su penoso deber con humanidad. El vencido fue vuelto a llevar a la Cruz, a su antiguo alojamiento. Lo encontró enteramente desamueblado; no quedaba más que una mesa, una silla y el catre de campaña, cuyo colchón había sido cortado con la esperanza de encontrar dinero. El Emperador, enfermo, se acostó; se le dejó un lijero" desayuno, el que no tocó. Habiendo ido a verlo el doctor Basch, le dijo de pronto, como dejando escapar involuntariamente su secreto interior: “Estoy contento con que todo haya pasado sin que haya habido sangre derramada; he obrado como me había propuesto hacerlo.” Miiamón y Mejía.—El Fusilamiento de Maximiliano El Consejo de Guerra al que fueron sometidos Maximiliano, Miramón y Mejía, se declaró competente y pronunció, el 15 de junio de 1867, a las once de la noche, la pena de muerte contra los tres acusados. El 16, a las once de la mañana, el Coronel Palacio vino a notificarles la sentencia, anunciándoles que sería ejecutada el mismo día a las tres. El Emperador escuchó con tranquila sonrisa, y dijo a Basch, mirando su reloj: “Tenemos aún tres horas, lo bástante para concluir mis asuntos.” A las tres, los condenados esperaban en el dintel de sus celdas; pero la hora sonó, pasaron los minutos y nadie vino a buscarlos. A las cuatro; Riva Palacio entra con un papel en la mano. ¿Es el indulto? No, es un aplazamiento. La ejecución se difería para el 19, a las siete de la mañana. Los defensores de Maximiliano se habían acercado a Lerdo y a Juárez, implorando con lágrimas el indulto. Lerdo tomó la súplica, entró al gabinete de Juárez, donde estaban los demás ministros, y salió después de tres cuartos de hora con un despacho, al que dió lectura: “Al General Escobedo, 16 de junio, una de la tarde.—Los defensores de Maximilian# y de Miramón han pedido la gracia de los condenados, el gobierno la ha rehusado, pero a fin de que los condenados tengan tiempo de arreglar sus asuntos, el Presidente de la República ha decidido que la ejecución tenga lugar hasta el día 19, miércoles, del corriente por la mañana. Lerdo agregó con voz conmovida: “Con un indecible pesar, el Gobierno ha tomado esta resolución que considera tomo la garantía de un porvenir de tranquilidad para el país. La justicia y el interés público lo exigen. Si el Gobierno comete un error, este error no será hijo de la pasión; es nuestra conciencia quien nos dicta la negativa que oponemos a ustedes" Los Estados Unidos, desde el 6 de abril,'incitaban al Gobierno Mexicano a acordar a Maximiliano, si era hecho prisionero, el tratamiento humano que las naciones civilizadas reservan a los prisioneros de guerra; Lerdo de Tejada respondió altivo que México, habiendo recobrado su autonomía, no tenia que recibir órdenes ni consejos, y que si las personas recomendadas, caían en sus manos, no podrían ser consideradas sino como simples prisioneros de guerra, cuyos crímenes estaban definidos por el derecho de genres y por las leyes de la República. Por su parte, Maximiliano telegrafió a Juárez: "Desearía que se les concediera la vida a Miguel Miramón y a don Tomás Mejía, que han sufrido antes de ayer todos los dolores y las amarguras de la muerte, y que yo fuera la sola victima, como lo he pedido desde el momento en que fui hecho prisionero.” Lerdo respondió renovando la orden a Escobedo, para que ejecutara la sentencia al siguiente dia. Los condenados pasaron su último día en efusiones con sus familias o con sus amigos. Maximiliano escribió al Santo Padre, pidiéndole perdón por la pena que hubiera podido causarle, y protestando que moría en el seno de la Iglesia católica." Recomendó a su familia a la viuda de Miramón; dio las gracias a sus defensores, al capitán Pierron, antes agregado a su persona; y enytó a Juárez una adjuración suprema: “Haced que mi sangre Sea la última derramada y consagrad esa perseverancia que habéis puesto en defender la causa que acaba de triunfar, y que yo me complacía en conocer y estimar en medio de la prosperidad, a la más noble tarea de reconciliar los espíritus y de fundar la paz en este pais infortunado."