que el GRAL. FIERROS/ Al Ocupar Juárez los Villistas» Fierros Consumó un Acto Temerario a_ 75- UN ENFERMO MORALMENTE un en- em bar-sano. de hombre a hombre. Y Villa sabía que tenía a su lado un hombre, y así lo a-ceptó siempre. Tenía Fierros poco más de treinta años; pertenecía a la generación enferma; sido tado a la generación que jamás había curada y cuyo mal había acrecen-en Redaetor de loa Periódicos Lozano aprender otra cosa que a odiar Por JOSE C. VALADES , tenía matar, que sa- pudo más y más. ¡Qué alma de bravo había en el cuer-laxo recto y fuerte como un roble de Rodolfo Fierros! En los momentos del combate, adivinaba los planes del general Francisco ¡Villa y corría a ejecutarlos; no había en ellos obediencia ciega, ni adulaciói baja al jefe. Sus actos eran como el estallido causado por la erupción de un hecho natural. Era Fierros—y para comprobarlo basta una ligero ojeada sobre su vida de paria—el resultado de un estado social; era el bruto que un día sintió la libertad y trató de hacerla triunfa/ a pesar de todos los obstáculos. Había sido muy infortunado en su juventud. En sus espaldas llevaba todos loe dolores de quienes no tienen abrigo alguno. Amaba el trabajo, pero con tan mala •uerte, que donde creía haber encontrado apoyo, descubría una nueva miseria humana; un nuevo desprecio. Poco a poco fue engendrando un odio Inmenso, incalculable, para todo lo que era poder; odiaba las clases altas, personajes opulentos, los dirigentes, intelectuales. Cuando era trabajador en la línea rrea y se sentía ofendido, escupía al rostro de su ofensor y huía. Cuando fue general, mataba En la guerra, jamás los los fé- LA TACTICA DE VILLA No necesitó Rodolfo Fierros, acercarse a Francisco Villa. Fue e¡ guerrillero duranguense quien le buscó, quien le atrajo. Y esto aconteció cuando Villa iniciaba sus primeras campañas en el Estado de Chihuahua, en 1913. Desde los primeros combates, y muchas veces en lo más duro de la pelea, Francisco Villa se detenía para buscar a los más valientes. En eso consistía su superioridad sobre los federales. Villa ignoraba la técnica de la guerra; pero en cambio conocía la experiencia de los hombres. Los viejos soldados de la Federación se cuidaban dei enemigo; el nuevo soldado de la Revolución se cuidaba de sus amigos. Así podía conocer el valor de todos sus compañeros, y ante los reductos tremendos de los gobiernistas, podían haberse estrellado muchos mnv» de técnicas; pero jamás una docena de valientes. Y de ese ojo penetrante del general Francisco Villa, fue víctima Rodolfo Fierros. Sin darle a maliciar que lo había des cubierto como uno de sus más valientes, ei guerrillero empezó a emplear a Fierros en las empresas más difíciles, más temerarias, y el antiguo rielero las realizaba sin buscar objetivo alguno; llevaba en su alma el odio para el enemigo, y eso era suficiente. No fue sino hasta después del combate de Ciudad Juárez, y sobre todo, después de la hazaña de Tierra Blanca, cuando Villa dejó escapar ción por Fierros. Pero Rodolfo Fierros se ferente. Si algún día llegó cerca del guerrillero, fue para tratarle su predilec- mostró indi-a estar muy tal forma que para mil novecientos diez comenzaba a hacer crisis. Crisis terrible que había de reproducirse en espantosa guerra de norte a sur y de oriente a poniente. ¡Pobre generación, que jamás encontró, para alivio de sus males, ni un pobre curandero! Y es así, como -sintiendo la muerte, en un último esfuerzo en la lucha por la existencia jue matar, y sabía Fierros era de los bían matar. Físicamente, sin go, era un hombre Tenía, entre lo más saliente, dos ojillos inquietos, con un poco de mirada feminina—tanto así que las mujeres le seguían, le amaban—; luego una sonrisa d e muchachote entumecido, que cuando habla, lo hace acariciando. Y cuando peleaba y cuando mataba; era el mismo. La mirada era todavía femenina; la voceci-11a, acariciadora. No era un criminal; era ferino moral que agoniza- ba y que sólo se satisfacía matando. Cuando el combate de Ciudad Juárez, era mayor, fue de los primeros en saltar a tierra cuando los trenes cargados de revolucionarios llegaron hasta la estación. No había recibido órdenes; pei*o en cambio, el general Villa, silenciosamente, había puesto muy cerca de él a los más escogidos, a los más bragados. Y esto era suficiente. ¡Como locos se lanzaron en busca del enemigo que, sorprendido, no podía com prender cómo dentro de su misma plaza se combatía! DOS DERROTAS A LOS FEDERALES arroj'o, de valor, de los fueron Incontables. Ma-hombres lucharon para ametralladoras; las ha- Los actos de revolucionarios, no a mano, los arrebatarse las yonetas hicieron frente a los puños; las culatas de los treinta-treinta sirvieron para derribar las trincheras,,y los cuerpos de los hombres para cubrir las bocas de los cañones. Toda disciplina y toda técnica, quedó destrozada en los brazos de los atacantes, la mayor parte de los cuales llegar ba de la llanura y de la montaña por primera vez a la ciudad. Derrotados, los federales abandonaron la plaza. Pero creyeron fácil recuperarla, lanzándose sobre aquellos hombres que tan audazmente les habían quitado sus posiciones. Y una nueva acción, la acción de Ti»-