—¿Cómo, eres tú? le preguntó el capitán admirado, pero bruscamente. Bravo; has cumplido con tu deber. —He hecho lo posible, respondió el tambor. —¿Estás herido? dijo el capitán buscando con la vista a su tenienu en las camas próximas. —i Qué quiere usted! dijo el muchacho, a quien daba alientos para hablar la honra de estar herido por vez primera, sin lo cual no hubiera osado abrir la boca ante aquel capitán: corrí mucho con la cabeza baja; pero, aunque agachándome, me vieron en seguida. Hubiera llegado veinte minutos antes si no me alcanzan. Afortunadamente encontré pronto a un capitán de Estado Mayor, a quien di la esquela. Pero me costó gran trabajo bajar, después de aquella caricia. Me moría de sed: temía no llegar ya: lloraba de rabia, pensando que cada minuto que tardaba se iba uno al otro mundo, allá arriba. Pero, en fin, he hecho lo que he podido. Estoy contento. ¡Pero mire usted, y dispense, mi capitán que'pierde usted sangre! En efecto: de la palma de la mano, mal vendada, del capitán, corría alguna gota de sangre. —¿Quiere usted que le apriete 1« venda, mi capitán? Déme un momento. El capitán dió la mano izquierda, y alargó la derecha para ayudar al mu chacho a hacer el nudo y atarlo; pero el chico, apenas se alzó de la almohada, palideció, y tuvo que volver a apoyar la cabeza. —‘iBasta,'basta! dijo el capitán mirándolo y retirando la mano venda da, que ej tambor quería retener: curda de lo tuyo, en vez de pensar en Jos demás, que las cosas ligeras, descuidándolas, pueden hacerse gra El tamborcillo movía la cabeza. —Pero tú, 1c dijo el capitán, mirándolo atentamente, debes haber perdido mucho sang.-e para estar tan débil. —¿Perdido niUciia respon- d el mucha.!;-, nriendo ^ii?o ..’as < ue sangi -. ¡Mire! Y se echo abajo la colcha, t El capitán se echó atrás, horróri- E1 muchacho no tenía más que una pierna: la pierna izquierda se la habían amputado por cima de la rodilla: el muñón estaba vendado con paños ensangrentados. En aquel momento pasó un médico militar, pequeño y gordo, en mangas de camisa. —¡Ah, mi capitán! dijo rápidamente señalando al tamborcillo: he aquí un caso desgraciado: esa pierna se habría salvado con nada, si él no la hubiese forzado de aquella mala manera: ¡maldita inflamación! fué necesario cortar así. Pero es un valiente, se lo aseguro; no ha derramado una lágrima, ni se le ha oído un gr; to. Estaba yo orgulloso, al operarlo, de que fuese un muchacho italiano: palabra de honor. Es de buena raza. a fe mía. Y siguió su camino. El capitán arrugó sus grandes cejas blancas, y miró fijamente al tan»-borcillo, subiéndole la colcha: des pués, lentamente, casi sin darse cuenta de ello, y mirándolo siempre levantó la mano hasta L vi.-.cza y se quitó el képis: —¡Mi capitán! exclamó el muchacho admirado. ¿Qué hace, mi capí tán? ¡Por mi! Y entonces aquel tosco soldado, que no había dicho nunca una palaor. suave a un inferior suyo, respondió con voz dulce y extremadamente cariñosa:—Yo no soy más que un capitán: tu eres un héroe. Después se arrojó con .los brazos abiertos sobre el tamborcillo, y lo besó cariñosamente con todo su corazón. EDMUNDO DE AMICIS.