________________EL SEMBRADOR ————™ un fracaso. Hay que buscar la pauta salvadora en la exploración por cuenta particular —ya concertada con la Pawley y concertable con otras compañías—, y en la administración por empresas privadas sujetas a especiales limites y obligaciones. Así y sólo así podremos salvaguardar nuestra autonomía, y a la vez impulsar la honestidad y pericia de una explotación que enriquezca al país, abarate el producto, beneficie al pueblo. Tanto el frustrado empréstito como la decisión presidencial —recibida con júbilo por toda la nación—, abren el camino para recapacitar. Piénsase en otros recursos que vivifiquen nuestro oro negro. Ya han surgido voces de aportación mejicana. Pueden surgir otras, mezcladas con lo nuestro por la afinidad, la convivencia, la gratitud. Y aquí acude al pensamiento el oro español que, en caudaloso río, vino a nuestras tierras. Se abrió nuestra frontera para recibirlo sin indagación ni aduana: se dió ancho favor a las personas que lo introducían y lo manejaron. No se trata de un millón ni de dos, sino de muchísimos millones. Sus solos intereses o rendimientos habrán bastado para sustentar copiosas actividades y afrontar copiosos gastos. Esos millones —que no han vuelto a España- tienen que existir, quizá con tal cual merma, pero cuantiosos e imponentes todavía. Don Indalecio Prieto, que asumió la responsabilidad del manejo, nunca se decidió —aunque instado por nosotros en las mismas columnas de "Novedades" donde él escribía— a declarar el monto ni a explicar su empleo y distribución. Los políticos españoles que en Méjico radican y hasta tienen oficial reconocimiento como gobernantes en el exilio conversaron con Prieto y se dieron por recibidos y satisfechos de las informaciones o las cuentas que él rindió. Conocen, sin duda, la contabilidad que nunca se ha hecho del dominio público. Saben, evidentemente, en qué inversiones, a qué nombres, en cuales depósitos, en qué empresas financieras andan ahora esos caudales. ¿No sería un rasgo simpático, un movimiento natural de gratitud y gentileza, ahora que México necesita millones para tonificar su industria petrolera, poner a su disposición —con las garantías e intereses respectivos, por supuesto— aquellos millones que merced a Méjico pudieron entrar aquí sin requisitos, y desenvolverse libremente, y quedar en las manos en que ahora están? La ocasión es magnifica. Nuestro oro negro necesita fecundarse con oro amarillo. Lo es, hasta por el gualda de su bandera, el oro español. Condigno empleo para él seria fertilizar la pujanza económica de la nación que lo albergó juntamente con los políticos encargados o responsables o sabedores de su manejo. Ellos, en múltiples ocasiones, han dado a Méjico las gracias en caudalosos discursos. Ahora se ofrece coyuntura propicia de que las den en caudalosos recursos. No es dádiva, sino inversión. Pero habría elegancia en la actitud de verter en nuestro oro negro el oro español. ATENCION Sembradores de CIUDAD VALLES, S.L.P. Su colaboración nos es indispensable. Envíenosla. Ponemos a su disposición las páginas de "El Sembrador" para dar publicidad a sus actos cívicos y sociales. Les sugerimos nos envíen material gráfico e informativo referente a los lugares históricos y pintorescos de esa ciudad. Gracias LA DIRECCION. ATENCION Sembradores de SAN LUIS POTOSI, S. L. P. Su colaboración nos es indispensable. Envíenosla. Ponemos a su disposición las páginas de "El Sembrador" para dar publicidad a sus actos cívicos y sociales. Les sugerimos nos envíen material gráfico e informativo referente a los lugares históricos y pintorescos de esa ciudad. Gracias LA DIRECCION. EL SEMBRADOR - SOPA DE LETRAS - Por PIT (__^UANDO el píllete toca el timbre de nuestra casa y emprende angustiosa huida, el chasco doloroso no estriba en salir a ver quién es, sino en comprobar a la distancia sus pies descalzos. Para entender estas menudas tragedias, no basta ir meditando en el asiento de un camión y sentir deseos de fumar al detener la vista sobre la prohibitiva y arbitraria orden que signa D.S.P. ¿Quién es D.S.P.? más bien debiera preocuparse de que los choferes usaran monóculo, porque el gesto solemne que adquirirían es el que corresponde a su responsabilidad. Acto seguido, se agolpan vocablos en serie, como responso, respiro, resplandor, sin objeto alguno, hasta que nos recuerdan la correspondencia que íbamos a echar al buzón. Tiraron unas casas por Padre Mier y se duplica la petulancia de un edificio nuevo, cuya construcción nos recuerda la frase descimbrar cimbrando, que leimos en un periódico. Pero ya olvidábamos el tema central y es indispensable descifrar —descimbrar— la aversión que sienten los niños menesterosos hacia los timbres eléctricos. Y saber si el niño alcanza a oir el sonido del timbre, allá en la cocina, o solamente escucha su propio corazoncito angustiado, acelerado, acerado, arado por una satisfacción rencorosa. Lo de menos sería espiar al píllete que pasa invariablemente al filo de las seis. Y una vez, dispuestos a sorprenderlo en el preciso —precioso— momento en que oprimiera el botón, mientras pensábamos en las circunvalaciones cerebrales de Broca, ya cerca de la hora, con indiferencia de la palabreja anfractuosidades, de pronto percibimos una llave abierta en el piso de arriba. No sabíamos cuál era. Y mientras proseguía la espera, casi conectada la respiración al timbre, de pronto comenzó a repicar el corazón, el corazón, el corazón. Por más esfuerzos que hicimos para dominarlo no se pudo, y era inútil estar allí, tras de la puerta, porque el píllete no pasaría aquella tarde. También hemos leído esa nota sobre la Bolsa de valores. Y dicen que el jugador de Bolsa tiene mucha sangre fría, y cuando pierde todo se suicida. La sangre fría es una sangre espesa, de un rojo pardusco, que forma grumos al salir del refrigerador. Pero un jugador de Bolsa no siente la emoción del niño que oprime un timbre y corre descalzo, desolado, con el temor de que ese hombre, al doblar la esquina, sea cabalmente el dueño de la casa, porque lo vió venir corriendo y esbozó el ademán de atraparlo. Y si el niño se acostumbra a tocar timbres y escapar, su sangre se hará fría, y después será un jugador de Bolsa. Claro está que nadie medita sobre estas pequeñas tragedias, mientras el camión atraviesa la ciudad y van pasando los timbres de las casas como blancos pequeñitos que aguardan los disparos. Y también el camión lleva timbres en cada asiento, que oprimimos con todo aplomo, con perfecto derecho, con insistencia de mandato, sin pensar que no hay timbres suficientes para que se diviertan todos los niños descalzos. SEMBRADOR’ Publicación E. MORELOS MONTERREY. [LARDO MARO. -13-