sangriento y se abUte a sus j>ies. Alza las manos que parecen lirios que se ofrecen ql Dios muerto. Al fin se levanta. Y tiene su faz un gesto de inquietud que se va disipando apresuradamente, como suelen deshacerse las nubes que obscurecen un girón del cielo. Resuelta se llega hasta el lecho. Suca de su corpino la daga y aparta los cortinajes. Baña la luz de la lámpara de ágata el rostro del hijo de Don Ramiro. Sobre la faz tranquila y dorada por los reflejos de los bucles en que se enmarca, una sonrisa está suspendida como una aureola. Busca Doña Luisa el cuello y cuando lo despoja de las hebras doradas que lo cubren, lo tienta con la mano siniestra y con la diestra hunde la daga. Tranquila la cabeza infantil se inclina como en un gesto de resignación y las pupilas se abren y miran a Doña Luisa, fijas y dulces. Extreipecida por el ruido de pasos ) que se escucha en las afueras de la habitación, gira la dama y avanza hacia el centro de la estancia, dejando caer los cortinajes con la ma- no empapada de sangre, que tiene la color de los pendones. Y adelanta trabajosamente por la estancia, trabajosa y lentamente, como si se sintiera muy fatigada o como cuando oia que su hijo la llamaba------Don Ramiro entra a la estancia. Don Ramiro.—.Mi hijo. (Doña Lüisa señala el lecho tendiendo la diestra obscurecida en sangre.) Avanza el caballejo, y al llegar a los cortinajes los aparta violentamente. La daga tiembla sobre el cuello del infante como un .monstruo sediento de sangre. Se vuelve el caballero y al hacerlo deja caer los pliegues del lecho. Se descubre y repuesto de la brusca impresión se lleva la mano diestra a la espada como queriendo arrancarla de su vaina y acabar con la dama. Se contiene. Doña Luisa lo mira fijamente, fijamente, sin apartar sus miradas de los ojos que la ven con cólera y desprecio). Don Ramiro.—¡Os haré quemar viva; lo juro por Jesús Crucificado! (Se cubre el caballero y sin volver el rostro sale de la estancia. Doña Luisa permanece de pie, viéndolo alejarse con angustia, como si sintiera que tras de él se va toda su vida. Como fatigada y tameién mareada por el perfume que ha dejado tras si el caballero, siente que sus piernas vacilan. Da un paso y otro en busca del asiento que está más próximo. Lo alcanza y cuando cae en él, hunde con crueldad sus uñas en el seno, se desgarra el corpiño y la carne blanca asoma, ya teñida por las crueles heridas. Al fin alza los ojos a los del Dios muerto y cae a sus pies. Y tendida a lo largo, solloza profundamente: todo su cuerpo tiembla en la alfombra, extremecido por los lamentos. Y cuando éstos van cesando y sólo sacuden el cuerpo de tiempo en tiempo, se escucha en los intervalos cómo cae la sangre del hijo de Don Ramiro del lecho al suelo, en un rumor tan suave como el de un corazón que va dejando de latir, que se va muriendo en lá soledad y en el misterio de la noche profunda. Joaquín Piña.