tria a los huesos del desterrado. Fué un desterrado de la felicidad en la vida, un pobre obrero del arte que alegró, sonoro y vacio como su flauta, las bodas del procer mientras el prócer se congestionaba. Y huyendo enfermo y huraño del festín de la vida, donde su música se evaporaba embriagadora como el champaña, peregrinó en busca del espejismo de la felicidad, que cuando va a alcanzarse huye más lejos. |Inútilmente! JuventinO Rosas, heredero de la fatalidad de las dos razas fusionadas en un solq dolor, era el espectro viviente del infortunio, era el bohemio olvidado de si mismo, arrebatado en el turbión humano, a la merced de todas las injusticias, porque la vida es lucha, y para que haya vencedores, fuerza es que haya vencidos. No pidáis clemencia para los antílopes necesarios a la voracidad humana. Para que sean salvos, preciso es que huyan ligeros como el viento a través de la estepa. No quedará entonces al alcance del puma hambriento sino el deleitoso olor de la presa en salvo. Pero el artista era un soñador indolente y atávico. Representación genuina de nuestros cancioneros ingenuos en su arte, y tan profundamente despreciadores de la gloria y de la fortuna como pródigos de su vida, pasó efímeramente sobre la tierra como una cigarra sonora que exhala su alma en su canto, que vive de rocío, ebria de sol y primavera, extraña a la laboriosidad que fabrica panales y construye ciudades, divinamente asordada con la música de sus élitros para no oir el rumor de las alas del tiempo, sin más misión que labrarse con su propia vida una mortaja de la que surgirá una ninfa para metaforsearse en un nuevo hemíptero canoro. Nos lo representamos perseguido por la miseria, despreciado y olvidado; pero nos olvidamos de que él vivía de su ensueño. La naturaleza puso en los artistas ese divino consuelo de vivir de ensueños, de vivir la vida de su'arte, ajenos a la vida arrolladora que los deshecha o los arrastrad Ese artista obscuro que veis pasar inadvertido por la calle, va soñando una melodía que la humanidad no escu cha como él, cual si un geniecillo alado la vertiera en su oído para inundar su alma de estrellas. Y así pasó Juventi-no Rosas por la tierra,-confortado con un bálsamo que los demás hombres no saben, orgullosos de su triunfo de audaces, merecer de los dioses. El artista trae consigo una fuente perenne de consuelo y de renacimiento a la esperanza. Y esa divina fuente fué la que brindó su murmurio y sus linfas puras al compositor desgraciado. A su dulce frescura, ignorada y conocida por él tan sólo, pudo atravesar ledamente el sendero florido, porque a su paso los abrojos se apartaban, menos crueles que los hombres y las gramíneas daban su olor para alegrar al pobre músico. Como en el “Canto de Cisne," de Tolstoi, era el mejor y el más feliz, mientras la nevasca de la vida caia sobre su sueño como un sudario libertador. Corriendo los años, un grupo de artistas, sus hermanos, los compositores mexicanos, como un homenaje fraternal al que fué pobre y luchador como ellos, gestionarían la repatriación de sus huesos, y un antillano culto, representante de la educación cubana en las Bellas Artes, iría en nombre de la joven República a entregar los restos de Juventino Rosas para que vinieran a reposar en la tierra madre. De Juventino Rosas no queda sino ese puñado de cenizas.... Pero su alma flota y vive en su música melodiosa, en la alegría sempiterna de la vida que recogió en su espíritu abierto como una flor, para que fuera fecundado con el sagrado polen del arte, y derramara su fragancia en notas áureas, mecedoras, arrulladoras del sueño de los tristes, que se levantarán de tu sepulcro, ¡oh músico ignorado y gozado en tu música padecedora, bella, dondequiera que se vive, dondequiera que se goza, dondequiera que se sueña, dondequiera que se ama, porque tu música es amor y consuelo, embriaguez y deleite, y traspasará las fronteras y las distancias en alas de la, gloria sobre los años, sobre los vientos, sobre las nubes, sobre las tinieblas, sobre las brumas, sobre las olas!.. Rubén M. CAMPOS. u.