= la Piba bel campo = Yo no sé si el señor Horacio Flaco fue quien se alzó ei primero, echando a noramala la cultura y I.ablando de la dicha y la ventura qvc se goza viviendo a ío ranchero; yo no sé si el buen vate poseería quinta o hacienda, o lo que allá se estile, ni "si viviendo en ella se hallaría cuando dió en escribir su "beatus ilte;0 pero el hecho y el caso es que desde él a Rosas, sin contar a Fray Luis y a Garcilaso, no hay poeta que no hable a cada paso de la vida del campo y de sus cosas; y tanto de magnífico y de bueno nos dicen de esa vida, y tanto nos repiten "la escondida senda y la fruta del cercado ríjeno,” que ganas dan de veras de comprar unas buenas chaparreras, de abandonar el fieltro por el ancho, el bastón por la reata, y adiós diciendo a la ciudad ingrata, a caballo ó a pie lanzarse a un rancho. Y, como esos señores saben decirlo y presentarlo todo con ese “memodeodo” exclusivo a los buenos escritores, de aquí resulta en consecuencia clara, que ante cuadros tan bellos y felices, más de cuatro lectores se quedan con un palmo de narices y soñando en rediles y pastores. De estos cuatro entusiastas, el que menos es seguro que exclama: “¡Oh! ¡la vida del campo! ¡Cuán hermoso debe de ser en la abrasada siesta gozar de la frescura y del reposo, cabe la margen del riachuelo undoso que corre serpenteando en la floresta! con la que piensa dar en el “busilis,” y que tiene por fuerza que ser FiHs desde el momento en que entre a labradora, le dirá: “Por la tarde, Filis mía, nos iremos al monte, y desde el monte verás cuán grato es al morir el día el cuadro que presenta el horizonte.” Y esto, que ciertamente es de una grande y poética belleza, le parece al Señor tan convincente, POR MANUEL ACUNA. . - . . .................. que sin andarse en chicas, ni pensarlo primero, se mete de ranchero en la confianza de que ti ¿o'or no puede ser ranchero. ¡Ah! ¡si yo refiriera una por una las vi climas que debe este error, que en el siglo diecinueve va haciéndose tan raro por fortuna! Sin caminar más lejos, yo, que conmigo aun no me reconcilio por haberme buscado esa desgracia, yo soy el más completo, verbi gracia, de un mártir de su amor por el idilio. Diómc hace tiempo ya por la manía de leer y releer cuanto a mis manos sobre la vida pastoril caía, y tanto di en pensar de noche y día sobre los bienes rústicos y urbanos, que convencido al fin de que la corte sólo es del mal y del dolor la senda, exclamé: “¡Qhe el demonio la soporte!----1 Y después de pedir mi pasaporte, me puse en dirección para tmaliacienda. Aun no asomaba el rubicundo Febo poniendo al Universo como nuevo y el saltador y alegre jilguerillo aun no alzaba su canto entre las breñas, cuando yo y mi tordillo, un animal muy bruto por más señas, atravesando cerros y asustando aquí un conejo y más allá a una liebre, íbamos ya en vereda y caminando, yo en busca de un hogar y él de un pesebre. Después de una hora larga de correr y correr a la ventura, a despecho y pesar de mi andadura que protestaba ya contra la carga, más que pesada, dura, y más que dura y que pesada, amarga, pues era nada menos mi amargura; después dé una hora impía de correr y de andar inútilmente, sin poder distinguir ni aun vagamente las señales de alguna ranchería, dimos por fin con una donde cansado ya de correr tanto, mi animal se alzó y dijo: ¡Qué fortuna! y yo me bajé, y dije: ¡Aquí me planto! Hacerlo, y que tres perros se me echaran encima, fué todo uno;