Provisiones del Ejército Alemán. La Srita. Nécker y el historiador Gibbon Anécdotas de personajes Célebres. Edward Gibbon, renombrado bisto— riador y filósofo inglés, autor de la Decadencia y Caída del Imperio Romano, obra clásica en su género, tuvo en sus mocedades, como el resto de los mortales! sus crueles desengaños en materias amorosas. En una humilde choza de las montañas de Suiza, vivía la señorita Susana Curchod, hija de humildes pero honrados padres. En uno de sus viajes a aquellas apartadas regiones. Gibbon conoció a la interesante aldeana que, pasados los años, llegó a conquistar uno de los puestos más distinguidos en la sociedad de la aristocrática Faris. ' ¿i . Mademoiselle Curchod, como la T Porcia que nos pintara el insigne vate de Stratford-on-Avon, era el tipo perfecto de la mujer en su más alto grado de excelsitud: el tipo extraordinario de un verdadero angel del hogar: todo candor, todo nobleza, todo naturalidad, adunados esa naturalidad, esa nobleza y ese candor, a una superioridad intelectual; era, en fin, la personificación de lo que acerca de la mujer soñara el inmortal Petrarca: “II vago spirito ardendo, E’n alto intelecto, un puro core." Historiador, filósofo, y todo, Gibbon, a semejanza de los demás mortales, era de carne y hueso, y de las flechas envenenadas de Cupido llegó a ser fácil víctima. Como de Porcia, Basanio, de Mademoiselle Curchod había recibido Gibbon "mensajes mudos, pero elocuentes. salidos de sus ojos." En el curso natural de los aconte cimientos Mademoiselle Curchod y Gibbon juráronse amor eterno. Para unir sus destinos los amantes sólo faltaba, de parte del filósofo e historiador, el consentimiento de los padres. Gibbon comunicóles, pues, sin pérdida de tiempo, la grata nueva: pero a vuelta de correo recibió de la autora de sus días, una carta que, entre otras cosas, contenía la siguiente significativa pregunta: —¿Tiene esa bella dama Susana de quien con tanto entusiasmo te expresas. dote suficiente?” —"No posee dote alguno,” le con testó el hijo mimado, con toda humil dad. "Tal es la verdad, la cual no puedo ocultar." A raíz de tal Revelación, la madre indignada obligóle entonces a aban-dpnar su proyectado enlace. En efecto, Gibbon, sometiéndose, nolens volens, a la decisión material aludida, no pensó ya más en contraer matrimonio, y ausentóse de su amada intempestivamente. El mismo nos da cuenta, de su grande amor por Susana Curchod, y de cómo, varios años después, cuando ya era ésta la distinguida esposa del célebre financiero Neckcr, tuvo ocasión (le visitarla con frecuencia en su magnifico palacio de Paris. Con respecto a la entrevista que tuvo .con su. antigua prometida, des pués de largos años dé ausencia, Gibbon nos dice lo siguiente: “Me recibió la primera vez sin la menor emoción, y ya prolongada la visita, el señor Necker, ¡dejándonos solo? en la sala de recepción, encen dió una vela y se retiró a su alcoba de dormir!” Agrega el historiador y filósofo que él nunca perdonó a Madame Necker por no haber manifestado emoción alguna al recibirle, ni a su ilustre marido por no haber mostrádose celoso. Sea de todo ello lo que fuere, confiesa Gibbon haberse luego enamorado de la interesante hija de los Necker, quien, según él, era "una criatura espléndida, de 17 años de edad, mas ya mujer desarrollada física y mentalmente; no bella, pero deslumbrante, de porte distinguido, emocional, sensible, atrevida ” Para vengarse de su primer amor. Mademoiselle Curchod o sea Madame Necker. que hoy le habia recibido con una afabilidad inesperada. Gibbon trató de conquistar a la hija de ésta, Mademoiselle Necker, olvidándose por el.momento que ya él habia pasado de los cuarenta años; que era de baja estatura; obeso, o “millas en circunfcrei¡¡cia.” según la expresión original tic Talleyrand, y, para mayor abundamiento, asmático. Sentado al lado de Mademoiselle Neckcr, durante un comelitón. Gibbon, resuelto a todo, dirige frases tiernas al objeto de su nuevo amor. —“Si viera usted que le aprecio mucho," le contesta la brillante hija de Neckcr. ____“Y ¿por qué no habría usted de apreciarme- figúrese que^estuve a punto de ser vuestro padre. —“Lo sé, si. señor, y— dígame, ¿me hubiera parecido a usted?" —“¡Quizás!” - —"¡Vaya, vaya, que calamidad! . Gibbon, victima de este nuevo y último desengaño, y comprendiendo su fínal derrota en las batallas .de (Pasa a la última pág.)