AUTORIDAD INFALIBLE DE LA IGLESIA 5 pos; puesto que era materialmente imposible para los A-póstoles predicar personalmente a todo el mundo. No solamente da Nuestro Señor a los Apóstoles el poder de predicar el Evangelio, sino que manda a aquellos a quienes se les predica que escuchen y obedezcan: "Caso que no quieran recibiros, ni escuchar vuestras palabras, saliendo fuera de tal casa o ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que Sodoma y Gomorra serán tratadas con menos rigor en el día del juicio, que no la tal ciudad.” (S. Mat. X, 14, 15). “Pero si no oyere a la Iglesia, ténle por gentil y publicano.” (S. Mat. XVIII, 17). “El que creyere y se bautizare sé salvará, pero el que no creyere será condenado.” (8. Marc. XVI, 16). “El que os. escucha a vosotros, me escucha a mí; y el que os desprecia a vosotros, a mí me desprecia; y quien a mí me desprecia, desprecia a Aquel que me ha enviado.” (8. Luc. X, 16). En estos pasajes vemos por una parte que los Apóstoles y sus sucesores recibieron pleno poder para anunciar el Evangelio; y por otra, que los que tal oyen tienen obligación de escucharlos con docilidad, y de obedecerlos, no secamente por una mera complacencia externa, sino por un asentimiento íntimo de la inteligencia. Por consiguiente, Si la Iglesia pudiese predicar el error, ¿no sería Dios mismo responsable de este error? Y no podrá una alma fiel decirle a Dios con toda reverencia y verdad: Tú me has ordeñado, Señor, oir a tu Iglesia; si he sido engañado por obedecerla, tu eres la causa de mi error. Pero estamos seguros de que una Providencia sapientísima que manda a su Iglesia que hable en su nombre, la guiará por las sendas de la verdad de manera que nunca pueda conducir al error a quienes sigan sus enseñanzas. Pero como este privilegio de la infalibilidad fué un favor extraordinario, nuestro' Salvador lo confiere a los gobernantes de su Iglesia en un lenguaje que no deja lugar a duda para quien sinceramente investiga su sentido, y en circunstancias que dan más solemnidad a sus palabras. Poco antes de su muerte, Jesús consuela a sus Discípulos con esta promesa: “Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador y abogado, -pcvra que esté con vosotros eterwwnewte.... Cuando empero venga el Espíritu de verdad, él os enseñará todas las verdades.” (8. Juan XIV,. 16; XVI, 18). Las últimas palabras de nuestro Señor, conte-nMas al final del Evangelio dé San Mateo, tienen el mismo