se forma, que-se hace y que llega hasta el sitio prominente en que el doctor Urrutia se ha colocado, es un individuo merecedor, cuando menos, a la admiración general. Porque es bueno que sepas, lector, que don Aureliano es, en efecto, un hombre de cuna humilde. Nació en Xochimilco, si no miente mi memoria, en junio de 1872, haciendo sus estudios primarios en la escuela de la localidad. Después ingresó a la Preparatoria de México, en 85, precisamente cuando el general Díaz, —ilustre desaparecido,—ocupó la presidencia de la República en su segundo período constitucional. Y es curioso. En esa época fué cuando se formó la generación que ha venido dando tanto quehacer en los Ultimos tiempos. Manuel Calero, Flores Magón, Vera Estañol, Rodolfo Reyes, Rafael Zu-baran, Luis Cabrera y otros. Todos estudiantes de Preparatoria! Y por otro lado, Félix Díaz, Gonzalo Garita, Fidencio Hernández, Felipe Angeles, David de la Fuente y otros. Todos estudiantes del Colegio Militar. Pues en ésa época entró el doctor a la Preparatoria. Cuando el general Díaz, celoso del orden en los ramos de su administración, nombró director de aquel establecimiento docente a don Vidal Castañeda y Ña-jera, disqi e para imponer autoridad, dizque para meterlos en cintura_____Allá él. Y don Aureliano se> formó. Terminó sus estudios profesionales el año de 95, e ingresó, inmediatamente después para ganar el sustento, a las filas del Ejército, en calidad de Mayor del Cuerpo Métrico Militar. Que si fué profesor de la Escuela de Medicina, preguntas? Claro está. Y por oposición. Disputó las cátedras de cirujía teórica de terapéutica quirúrgica y de cirujía práctica, a Suárez Gamboa, a Rodríguez, a Norma, y triunfó. Si mal no recuerdo, Macías, Icaza, Núñez y Licéaga fungieron de sinodales. De ahí la fama de don Aureliano. Después, el gobierno de Madero lo nombró Director de la Escuela, con el aplauso unánime de los estudiantes y con la aceptación expresa del profesorado. Urrutia correspondió a la distinción del gobierno. Implantó algunas reformas de importancia en el plan de estudios, suprimiendo los cursos teóricos de patología e implantando un método de estvdios práctico en los hospitales, de la citada asignatura. Igual renovación introdujo en los cursos de bacteriología, otorgando a sus discípulos amplias facultades pa ra que, sin trabas de ninguna especie, pudieran hacer sus prácticas de clínica y cirujía en las respectivas salas de los hospitales existentes. A este respecto recuerdo las palabras del doctor, el día de su toma de posesión: —De hoy en adelante, dijo, el a-siento de la Escuela Nacional de Medicina será el Hospital General y los institutos Anatomo-Patológicos y Bacteriológico. Todos ios-cadáveres de estos establecimientos serán recogidos por la escuela y utilizados en el gabinete de disección. Porque con firmeza creo,—y esto está también en la conciencia de todos los profesores, —que los mejores textos para la enseñanza son: el cadáver en Anatomía y el enfermo en Patología. Estas fueron, lector, las palabras del eminente médico, que expuso a gui sa de programa, y a las que ciñó su labor intensísima en todo el tiempo que estuvo al frente de la alta Escuela. Cierto que cooperaron con el los profesores. Pero también es verdad que, aun en el mismo profesorado, hizo una revolución. Pidió a la superioridad el ingreso a la Escuela de elementos ventajosamente conocidos por su competencia. Como Perrín en Histolog'a: Hidalgo, Manvcll y Martínez Freg en disección: Villarreal, Velazquez Uriar te, Alvarez, y Gutiérrez, en Cirujía. y Fandila Peña, en Anatomía. Y así, y no de otro modo, se explica el triunfo tan completo que obtuvo en su delicada misión. Te advierto —aunque llevo el riesgo de que me tomes por apologista del doctor Urrutia.-- que durante el tiempo que este cirujano desempeñó la dirección del plantel médico, tuvo a su cargo el tercer curso de clípica de perfeccionamiento en la misma es-ci ela. Después, el gobierno le confió la dirección del Hospital General, y sobre las condiciones que guarda —o que guardaba, al menos, por aquel entonces,— el doctor Urrutia me decía: —Fuera de toda pasión y dentro de un espíritu de justicia, puedo manifestar que el Hospital General de México es uno de los mejores hospitales del mundo. Así como se oye. Del mundo. He recorrido los mejores sanatorios, los mejores hospitales y las mejores casas de asistencia médica en Alemania, en Francia, en Suiza, en Italia^, en Ri manía y en los Estados Unidos. Y después de ese largo recorrido de estudio, concluyó afirmando que el Hospital General de México no desdice, en nada, de los mejores hospitales extranjeros. Visité la sala Tufier en Francia; a Roux. en Suiza; a Cocher, en Alemania; a Jonesco, en Rumania. Y de todas estas eminentísimas personalidades no tuve más que distinciones señaladas y atenciones exquisitas. Principalmente, de Tufier y de Roux. Y es conveniente que sepas, además lector amigo, que en concepto del doctor Urrutia, los métodos de enseñanza empleados en México satisfacen su misión; porque hacen que el profesor tenga una base firme de conocimientos generales, sobre que construir, después, la especialidad a que quiera dedicarse. Estas observaciones las hizo el doctor con motivo- de los propósitos que parecen abrigar los revolucionarios en lo que toca a la implantación de otros sistemas pedagógicos en México. —Yo creo, dice el doctor Urrutia, que los mexicanos tienen una cirujía especial y genuina. Que adunan a la belleza de la cirujía francesa, la tran-qtilidad y aplomo de la cirujía alemana. Un mexicano operando, —a-grega,— da al acto quirúrgico un sello exclusivo, que despierta emoción intensa en cada uno de sus tiempos; pero, al mismo tiempo, revela tal seguridad tal confianza y tal firmeza en lo que hace, que sólo se explica por los conocimientos que tiene y que ha adquirido de acuerdo con los métodos usuales en nuestra escuela. Es decir, sabe lo que hace y por qué lo hace. El acto es bello, y la belleza del acto estriba, más que en el resultado que se va a obtener, en la seguridad con que se ejecuta. Esta e§ la ciruj ar peculiar mexicana, que tiene. como punto capital de apoyo, un desarrollo étnico de que carecen otras razas. Aquí para inter nos, lector, y sin