774 REVISTA CATOLICA 23 de Noviembre, 1924. SOBRE EL PURGATORIO Vimos en el número anterior comprobada la existencia del Purgatorio por los testimonios de la Sagrada Escritura; mas lo que ella tan claramente demuestra, lo declara también de una manera infalible la tradición de la Iglesia. La tradición ele la Iglesia. La Iglesia Católica ruega por los difuntos; por ellos ofrece el Santo Sacrificio de la Misa, encarga toda especie de oraciones y sufragios por las almas de los que murieron en la paz del Señor; excita a sus hijos a que socorran a los difuntos por medio de limosnas, ayunos y otras obras de piedad; y esta manera de ayudar a los difuntos no es nueva, sino que se' remonta de siglo en siglo a los primitivos tiempos de la Iglesia. n Ya San Agustín, lib. Haeres. Cap. LUI, decía: ‘Opongan los herejes lo que quieran; es un uso antiguo .de lee Iglesia orar g ofrecer sacrificios por los difuntos.” Y San Gregorio Niceno, en el Sermón sobre los difuntos dice: “El uso de rogar por los difuntos nos viene por la tradición de los discípulos del Señor.” Los sufragios de la Iglesia por los muertos están justificados y recomendados no solamente por los Santos Padres y escritores eclesiásticos de los primeros siglos, sino también por los Concilios, por los antiguos libros litúrgicos, misales y otros documentos. Y ¿qué se sigue de eso? Indudablemente que la Iglesia siempre ha creído y cree que hay un lugar de expiación, diferente del cielo y del^ infierno, al cual van, como observa San Agustín en el lugar citado, “aquellos que, al su hr de este: mundo, no eran tan malos que fuesen juzgados como indignos de la gracia; pero tampoco tan piadosos que fuesen inmediatamente dignos de la eterna felicidad.” Pues jamás le ocurrió a la Iglesia Católica rogar por los bienaventurados del cielo, ni por los condenados del infierno. Porque, según su fe, serían inútiles las oraciones por los unos o por los otros. Por esto los Doctores eclesiásticos hablan expresamente de un fuego que purifica o de un purgatorio. Asi San^ Gregorio Niceno, en el lugar antes citado, enseña que: “Cuando el hombre ha abandonado su cuerpo, no puede acercarse a la Divinidad hasta que un fuego purificador haga limpiado toda mancha de su alma.” El Concilio de Trento. Finalmente, se disipa para los católicos toda duda sobre la existencia del purgatorio con la expresa declaración del Concilio de Trento, Sesión XXV, que dice así: “La Iglesia Católica, instruían por .el Espíritu Santo en conformidad, con las Sagradas Escrituras y la antigua tradición de los Santos Padres en los concilios, -y también en el presente Concilio, en la Sesión VI, can. 30 Ha enseñado que hay realmente un purgatorio Asi manda el mismo Concilio a los Obispos"que cuiden de que esta saludable doctrina del lugar de purificación, que recibimos por tradición de los Santos Padres g de los Concilios, sea enseñada g predicada en todas partes, g sea creída g fielmente observada por los fieles cristianos”. La misma razón lo dicta. Pero aun la misma razón, libre de prejuicios, comprende por sus simples fuerzas naturales que es muy conforme a la misma naturaleza humana la existencia del purgatorio. En efecto; la sana razón, afianzada en las enseñanzas de la revelación, tiene que admitir que nadie que no sea perfectamente puro podrá entrar en el cielo (Apop. XXI, 27), ni gozar de la unión con Dios, sér infinitamente puro y santo; esta misma razón natural tiene que confesar que todo aquel que muere en pecado mortal queda e-ternamente separado de Dios y eternamente a-rrojado en el infierno. Ahora bien; si se considera la fragilidad humana, se, comprenderá sin grandes esfuerzos y sin ningún género de duda que hay muchas almas que salen de este mundo sin estar perfectamente purificadas, pero también sin pecado mortal, y la razón dicta que para estas almas, que, aunque no perfectamente puras, son gratas a los ojos de Dios, es necesario que haya un tercer lu-* gar en que deban ser purificadas, para que al fin, limpias y sin recato alguno, lleguen a la posesión de Dios y entren en el reino de los cielos. El excluir a estas almas eternamente del cielo, por pequeñas manchas o dudas, parecería a la razón algo que no se conciliaria con la infinita bondad de Dios, y una idea en extremo y sobre toda medida desconsoladora. CALENDARIO DE LA SEMANA Noviembre 23-29. 23. Domingo XXIV y último después de Pentecostés.— San Clemente, pp. y mr.—San. Sisinio, mr.—Stos. Anfiloquio y Gregorio, obs. y cfs. 24. Lunes. San Juan de la Cruz, cf.—Stos. Crisógono, Crescenciano, Alejandro y Felicísimo, mrs. — San Protasio, ob. y cf,—Stas. Flora, María y Fermina, vgs. y mrs. 25. Martes.—Sta. Catalina, vg. y mr.—Stos. Moisés, ■ Erasmo y Mercurio, mrs.—San. Gonzalo, ob. y cf. 26. Miércoles.—Los Desposorios de Ntra. Sra.—San Silvestre, ab. y fd.—San. Ciricio, pp. y cf.—Stos. He-siquio, Pacomio y Teodoro, mrs.—Sta. Delfina, duquesa y vg. 27. Jueves.—San Basileo, ob. y mr.—Stos. Facundo y Primitivo, mrs.—Stos. Valeriano y Máximo, obs. y cfs.—Stos. Barlaám y Josafát, príncipes, monjes. 28. Viernes.—San Gregorio III, pp. y cf.—Stos. Esteban, Basilio, Pedro, Andrés y otros 339 monjes mrs. 29. Sábado.—La Vigilia de San Andrés, ap.—San Saturnino, ob. y mr.—Stos. Sisinio, Paramón, Filomeno, Blas y Demetrio, mrs.—Sta. Iluminada, vg.