.AUTORIDAD INFALIBLE DE LA IGLESIA 9 deduce que la Iglesia Católica no podrá ser reformada. Por supuesto que no quiero dar a entender que los pastores de la Iglesia Católica sean personalmente impecables, o que no estén sujetos a pecado. Todo ministro de la Iglesia Católica, desde el Papa, hasta el más humilde sacerdote, está expuesto, como otro cualquiera de los fieles, a perder la gracia, y a necesitar una reforma moral. Todos “llevamos este tesoro (el de la inocencia) en vasos de tierra.” Lo que quiero dar a entender es que las doctrinas de la Iglesia Católica no son susceptibles de reforma. Ella es la obra de un Dios Encarnado, y es perfecta como lo son todas las obras de un Dios Encarnado, y es perfecta como lo son todas las obras de Dios, y por consiguiente no está sujeta a reforma. ¿No es para el hombre la mayor de las presunciones el intentar reformar la obra de Dios? ¿No es ridículo que los Luteros, los Calvinos, los Knoxes, los Enriques, y millares de inteligencias estrechas, pretendan reformar la constitución de la Iglesia Católica, como si ésta fuese una institución humana? Nuestro Señor no ha dejado de gobernar personalmente su Iglesia. Los subalternos sólo pueden encargarse del bajel cuando el Capitán abandona el timón. Un caballero protestante de ideas muy liberales, me decía antes de la apertura del último Concilio ecuménico: "Me ha asegurado, señor, muy confidentemente, un amigo, que en el Conclave secreto de Obispos tenido recientemente en Roma, se ha resuelto reconsiderar y derogar en el próximo Concilio general la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción; en verdad, tal definición fué un error, y el disparate de 1854 debe ser corregido en 1869.” Le contesté, por supuesto, que en el Concilio no se trataría de tal cuestión; que los decretos doctrinales de la Iglesia Católica eran irrevocables, y que el dogma de la Inmaculada Concepción había sido definido una sola vez para siempre. Si se pudiese presentar un solo hecho en el que la Iglesia Católica hubiese dejado de enseñar una doctrina de Fe establecida anteriormente, ese solo hecho sería un golpe de muerte para la infalibilidad que ella reclama. Pero es maravilloso y digno de mencionarse, que en toda la historia de la Iglesia Católica, desde los primeros siglos hasta el presente, no hay un solo ejemplo que pueda aducirse para mostrar que algún Papa o Concilio General haya revocado un solo decreto sobre puntó de Fe o de Moral emanado de otro Pontífice o Concilio. La historia de su pa-