de cuatro repúblicas: Hayti, Nicaragua, Honduras y El Salvador. A medida que las sombras avanzan, desciende sobre las cosas y sobre mi espíritu una inmensa tristeza; siento en los labios el dejo de la nausea, y con la sensación de una impotencia irremediable en el alma, me pregunto en silencio: ¿es que esos gobiernos del A. B. C. no senti-rún subir a sus rostros la oleada de rubor que enciende los nuestros, cuando a solas con nuestra conciencia, cristaliza en vivientes imágenes el recuerdo de acciones vergonzosas? Porque, en efecto, muchos eslabones de las cadenas que desde este Febrero atarán aquellas repúblicas al carro triunfal de los Estados Unidos, se forjaron sobre el yunque del servilismo y la complicidad de aquellos tres gobiernos. ¡Matricidas! Cuando tocados de una megalomanía irrisoria a la que sólo falta, para cabalgar sobre Rocinante, la honradez y el valor de Quijano, se prestaron a la bochornosa tercería de Niágara Falls, su zalamería cortesana convirtió el manto del soberano en tapete curialesco donde después se firmarían los tratados de Nicaragua y Haytí. Hace ya muchos siglos descendió desde lo alto la inflexible sentencia que a las veces consagra en hechos irreparables la inmanente justicia de la vida: “el que a hierro mata a hierro muere." Hay que recordarlo en este minuto de honda tribulación universal; porque cuando en las trincheras de Europa la brisa comience a orear la sangre de los que cayeron en la “épica fatiga" y se extinga el fulgor del último disparo, acaso en las costas del Cabo Haytiano o en las tranquilas aguas del Golfo de Fonseca empiecen a cargarse los cañones de los acorazados yanquis que vayan, como en Veracruz, a bombardear los indefensos puertos de las repúblicas australes. Y en esa hora tristísima para toda nuestra raza, seguramente en México no habrá sino recogimiento y amargura en los corazones; pero es posible que en las riberas del Potomac, donde aún queda en los aires el eco de las últimas efusiones panamericanas, estalle una estridente carcajada que repitan las ondas del estrecho de Magallanes y que, como la serenata de Mefisto frente a la reja de Margarita maculada, marque sobre el airado rostro del vencido, el latigazo cruento de la cínica mofa. QUERIDO MOHENO. FEBRERO 29 DE 1916.